Llevamos mucho tiempo en Cataluña socavando los fundamentos del Estado de Derecho con banalidades propias de parvulario, pero sostenidas por políticos nacionalistas. En lugar de reforzar las razones que sostienen el respeto a la ley, las degradan en nombre de su ideología. Así se construyen las sociedades totalitarias e ingobernables.
Quim Torra ha vuelto a las andadas hoy en RAC 1: su misión, dice, es "culminar el proceso de independencia". Pedagogía de la secesión. Nada nuevo que no sostuviera en su procesamiento y difundiera después desde los púlpitos mediáticos afines: "Las leyes injustas, moralmente, no se pueden obedecer". Se negó a retirar la propaganda secesionista de la Generalidad, a pesar de estar prohibido en período electoral, porque según él, como presidente de la Generalidad, está por encima de la JEC y sólo se debe a la ciudadanía que le votó.
Confunde la ciudadanía nacionalista con Cataluña y Cataluña con su persona. Y no contento con estas coces al Estado de Derecho se atribuye la soberanía de todos: "Sólo en el Parlament radica la soberanía de los catalanes, sólo el Parlament elige o censura a los presidents". De un plumazo y sin percibirlo, declara unilateralmente la independencia de nuevo, y se carga la separación de poderes. Ya en la constitución prevista por Puigdemont para Cataluña se preveía que a los jueces los nombrara directamente el presidente de la Generalidad.
Puede parecer una broma, pero la pedagogía de la ignorancia que destilan tales declaraciones es un flujo sordo e ininterrumpido de barbarie. Empieza a ser urgente explicar lo obvio para vivir en democracia. Hay decenas de miles de personas en Cataluña ya que confunden el cumplimiento de la ley con el sentido subjetivo que tienen de la justicia. Y confunden a ésta con su ideología nacionalista. Una sociedad idiotizada, incapaz de distinguir la ley de su subjetividad, camina hacia la arbitrariedad y el conflicto. Y, lo peor, esa pedagogía forma parte de la atmósfera creada por el nacionalismo.
Ada Colau es una más de las miles de víctimas de este virus de la ignorancia. Sostenía en 2015, a punto de tomar posesión como alcaldesa de Barcelona: "Estamos dispuestos a desobedecer leyes injustas". Es incapaz de ver, al igual que Torra, que es la opinión subjetiva de una colectividad lo que otorga legalidad. Si fuera como dice, la ley no serviría para nada, los más fuertes, los más numerosos, los más ricos, los que dispusieran de más medios, podrían imponer su voluntad al resto. La razón legítima no la da mi subjetividad, sino el respeto a las reglas democráticas que entre todos nos hemos otorgado.
Precisamente porque cada cual tiene en sus convicciones el sentido legítimo de la justicia ha de limitarse al derecho, a las leyes, a la Constitución, para no llegar a las manos con la legitimidad de quienes no participan de la misma subjetividad. Precisamente en la confrontación de ideas irreconciliables nació la necesidad de reducir cada una de las posiciones particulares a un pacto común, a unas reglas colectivas a las que todos nos comprometeríamos. Torra y Colau, convencidos de su superioridad moral por el mero hecho de estar defendiendo lo que creen justo, están dispuestos a incumplir leyes que consideran "injustas". Reparen que toman lo que está en cuestión, "la justicia", por su justicia, como el pilar desde donde habla la verdad. Ellos imponen el orden del discurso en lugar de la ley, nos suplantan a todos, se consideran más dignos, superiores al resto. Por eso pueden considerar a su visión de la justicia, la Justicia.
Imbuidos de estos efluvios totalitarios, van por la vida como dueños de la verdad, ofendidos y, últimamente, con ademanes agresivos y actos violentos. El virus lo está infectando todo. CCOO acaba de exigir la libertad de los presos condenados por sedición y el PSC se suma a la petición de los grupos secesionistas de expulsar de Barcelona a la Policía Nacional, y en el País Vasco a convertir el euskera en el único idioma de los ayuntamientos. Ya estamos en el río revuelto.