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Antonio Robles

La reforma constitucional es la penúltima trampa

El supremacismo catalanista es como esas velas de cumpleaños que cuando parece que las has apagado vuelven a encenderse.

Si se llegase a un acuerdo dialogado de no agresión para desactivar, pero no enmendar, los pasos dados por el nacionalismo hacia el independentismo, si la aplicación del 155 solo sirviese para convocar nuevas elecciones, pero no para erradicar el veneno inoculado en el corazón y en la mente de los catalanes, entonces no habríamos avanzado ni un milímetro hacia la lealtad constitucional, sino hacia un escenario irreversible de comportamientos mafiosos y ruptura con España. El mal no está solo en la insolencia demostrada estos últimos días con la voladura del Estado de Derecho en Cataluña, sino en la mentalidad supremacista y sectaria de dos generaciones deformadas por el adoctrinamiento escolar, la propaganda étnica de TV3 y la ayuda fraudulenta al rencor de los presupuestos de la Generalidad.

Si el Gobierno y la oposición se empeñan en buscar una salida digna a los golpistas para no verse obligados a reprimir sus previsibles algaradas callejeras, den por seguro la insurrección sistemática contra todo cuanto llegue del Estado. Roto el tabú democrático de respeto a la Constitución, nadie tendría autoridad para imponer respeto a quienes han perdido todo respeto por un Estado que ha sido incapaz de hacerse valer. Ninguna institución en Cataluña volvería a sentir pudor democrático ni miedo penal a las leyes españolas y sus tribunales. Esa falsa salida dialogada se quedaría en pan para hoy y hambre para mañana. La supuesta prudencia hubiera dejado intacto el aparato de ingeniería social que nos ha traído hasta aquí. Sin cirugía contra esa ingeniería social, el abuso al disidente, primero, y la ruptura, después, serían cuestión de tiempo. Aún peor, si se cediese una reforma constitucional se estaría pagando a plazos lo que ahora no estamos dispuestos a pagarles al contado. Aznar ya los ha sufrido y se cura en salud.

Todo ha cambiado desde la cacicada del 1 de octubre. Lo que en el pasado se llevaba a cabo de forma simulada, ahora ha explosionado en exaltación épica. Ya no guardan las formas, mejor dicho, el acto de no guardarlas es el motor del odio que quieren instalar entre catalanes y españoles. Si antes era el mantra de la integración y la cohesión social la coartada para coaccionar conciencias, ahora es la apología de bandos lo que les cohesiona y libera de la mala conciencia, de la vergüenza ética del abuso, del desprecio a la ley, de la exclusión y el insulto, de la obscenidad por convertir en opresor al Estado y en enemigo al disidente. Todo lo tapa su falsa democracia, su insoportable victimismo, al amparo siempre de la inmunidad que proporciona el anonimato de la colectividad. ¡Ay el calor de la manada!

Han de entender los responsables políticos e intelectuales de este país que el mal del nacionalismo no está ya, o solo, en sus dirigentes, sino en las conciencias colonizadas por sus métodos supremacistas. Si no se corta el suministro de falsedades al relato construido durante estas cuatro décadas, si no se desenmascaran las emociones épicas inyectadas a ese relato, la prudencia sólo servirá de máscara para que siga desarrollándose y se convertirá en cómplice de sus crímenes.

Nuestros responsables políticos han de saber que en Cataluña los independentistas no son la mayoría social, pero sí tienen la capacidad de parecerlo. No son dos millones de militantes de la causa dispuestos a seguir al abismo a los dueños del relato, pero sí 300.000. Número tan contundente puede generar en cualquier sociedad la sensación mediática de ser la totalidad de tal sociedad. Si nuestros gobernantes se dejan impresionar por esa ficción y consienten sin antes restaurar la igualdad de oportunidades y la pluralidad mediática en Cataluña, verán cómo su cobardía alimentará aún más la exclusión interior y el odio a España. Y serán los responsables de la violencia futura entre catalanes. ¡A ver si al final la pachorra de Rajoy no era el resultado de su estrategia, sino la evidencia de su felonía!

PS: El supremacismo catalanista es como esas velas de cumpleaños que cuando parece que las has apagado vuelven a encenderse. No cometamos el error de creer que con un simple soplo los comportamientos mafiosos desaparecen.

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