El alarmismo por la falta de seguridad en Barcelona aumenta a ojos vistas. No sólo por la evidencia de las estadísticas, también por la gravedad de los delitos y por cómo se perciben. Ya no son pequeños hurtos, también son reyertas a plena luz del día y crímenes en las calles. Y sobre todo imágenes de peleas, tirones y puñaladas difundidas por las RRSS, a veces en vivo y en directo, que han creado una sensación de cercanía a nuestras casas y calles, a los lugares comunes de nuestra ciudad que transitamos a diario, y que acabamos por metabolizar como si nos pasaran a nosotros mismos. El mundo no es como es, sino como lo percibimos. Y esa sensación aumenta la cercanía del peligro y la gravedad del delito.
Por eso el aumento del alarmismo tiene mucho que ver con la percepción que tenemos de la falta de seguridad. Esa percepción, y no sólo la falta de medios y prevención, es posiblemente la causa primera del aumento de los delitos y de la sensación de miedo. Tanto para la ciudadanía que los sufre como por la sensación de impunidad que tienen los delincuentes. Me explico.
La entrada de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona alteró por completo las relaciones de autoridad del poder municipal con colectivos sociales al margen del sistema (okupas, manteros, menas y, en general, inmigrantes no regulados), desmantelando la autoridad pública frente a tales colectivos. A veces de forma ostentosa: la Policía municipal pasó a ser sospechosa por el mero hecho de ser autoridad; y esos colectivos pasaron a ser víctimas por el mero hecho de estar en condiciones sociales adversas. Era la consecuencia del populismo de una señora que no alcanzó a ver las consecuencias de poner en cuestión la propiedad privada, el poder del Estado y la impunidad de colectivos que no son legítimos por ser excluidos sociales, sino por cumplir como el resto con obligaciones fiscales, respetar la propiedad y acatar las leyes del país.
Pronto manteros y okupas pasaron de temer a la Policía a enfrentarla, de huir con sus ventas ilegales a la menor presencia municipal a ocupar el espacio público con total impunidad. La percepción del delito cambió; la percepción de la impunidad ante él, también. No sólo había cambiado la percepción de la inseguridad por parte de la ciudadanía, también la del delincuente ante la autoridad: pasó de temerla a no temerla. Ada Colau y su buenismo estaban en la raíz del problema.
Esa erosión de la autoridad policial va paralela a la permisividad de nuestro Código Penal con los multirreincidentes. Sobre todo a partir de 2017, con la interpretación del Tribunal Supremo de la reforma del Código Penal de 2015 que aumentaba las penas. La interpretación del TS suavizaba la agravación de penas por hurto sin violencia e intimidación, reduciéndolas a meras multas si lo sustraído no pasaba de los 400 euros.
El sentimiento de impunidad con el que actúan los reincidentes les lleva a hacer de la delincuencia una profesión. Por poner un solo ejemplo donde esta pedagogía permisiva no evita el delito, sino que lo anima: el 12% de los menas (menores extranjeros no acompañados) han delinquido alguna vez.
Todo ello es causa y consecuencia de la impunidad inducida por las políticas antisistema de Ada Colau, que ignora lo costoso y lento que es crear la percepción de respeto a la ley, y lo fácil y rápido que es destruirla. No es extraño en una señora que llegó al Ayuntamiento afirmando que estaba "dispuesta a desobedecer leyes injustas…"
Coda: y el mal se extiende. Hoy, la publicidad de empresas de seguridad nos acribilla porque la impunidad de los okupas de cualquier vivienda y los asaltos compulsivos de mafias organizadas a segundas viviendas menos protegidas son tremendos.