Nunca se ha tenido suficientemente en cuenta la naturaleza humana en las decisiones políticas. Seguramente por soberbia. No acabamos de aceptar que a menudo no son los grandes ideales, la responsabilidad o la planificación racional de las necesidades reales los trazos que se imponen en la dirección política. Preferimos seguir creyendo que los asuntos públicos están dirigidos por la razón y planificados por las necesidades de la gente.
El vodevil de esta investidura nos muestra con toda su crudeza, muy al contrario, que son los intereses personales y partidistas, a veces exclusivamente individuales, los que distorsionan o se imponen pasando por delante del bien común, incluso por encima del sentido común.
Si echamos la vista atrás, las idas y venidas de los candidatos y sus apoyos no han modificado sus conductas ni un milímetro desde las elecciones primeras del 20-D. Su prioridad ha sido y es cómo salir más favorecidos del proceso de investidura. Cada uno desde sus posibilidades o carencias… personales. No me voy a entretener en argumentar la evidencia más de lo que ya resumí en su día subrayando el interés de cada uno de ellos por salir con ventaja en la pole position ante la segunda vuelta de las generales. El bochorno sigue.
Don Mariano, de Don Tancredo. Le da resultados. Albert Rivera intentando hacerse con el monopolio del diálogo. Y Pedro Sánchez empeñado en sobrevivir a toda costa y echar a codazos a Pablo Iglesias y Podemos de la pretensión de hacerse con el estatus de jefe de la oposición y el monopolio de la izquierda. Tan empeñado está en sobrevivir personalmente que es incapaz de ver el abismo institucional al que nos hemos asomado. Ni tomar conciencia ante la amenaza de la quiebra territorial de España. Amén de abandonar la recuperación económica a su suerte. Ninguno de esos riesgos serían tales si estuviera dispuesto a defender los intereses generales de España.
Debemos recordar la evidencia: PP + C’s + PSOE suman 254 escaños. Mayoría aplastante. Los nacionalistas y los populistas son un incordio, pero no una amenaza si se cree en la democracia. Generan inquietud, provocan; incluso se encaraman al campanario para amenazarnos con las doce plagas. Pero en rigor están democráticamente a años luz del poder.
El problema no está en ellos, está en los españoles constitucionalistas que toman en vano su propio poder. 254 escaños. Nadie que respete la democracia debería estar alarmado. Sin embargo, lo estamos. ¿Por qué?
La razón no hay que buscarla en los votos, sino en el complejo que arrastra la izquierda en general y el PSOE en particular desde la Guerra Civil frente a los rituales caducos de una izquierda populista y su connivencia con los nacionalistas.
Pedro Sánchez ha de dejar de mirar por el retrovisor a Podemos para saber qué tiene que decir o hacer. Ha de ejercer de partido de centro izquierda, responsable y coherente con la igualdad de todos los españoles. ¿Qué pretende diciéndole a Mariano Rajoy que pacte con las derechas? ¿Con las derechas nacionalistas? ¿Con las derechas independentistas? ¿Dejarle a merced de estas sin poder garantizar una mayoría estable y leal a España? ¿Sabe lo que está diciendo? ¿Sabe a qué precipicio estaría llevando al Gobierno de la nación y al Estado entero? ¿Todo con tal de hacer visible que el PSOE es la izquierda y la oposición real a la derecha? ¿Todo por eso?
El sentido de Estado de Pedro Sánchez es nulo. Busquen en su ego, ese apéndice ridículo del hombre pequeño, la fuente de la traición a los intereses generales de la nación.
Si la naturaleza humana es capaz de traicionar a cuanto se opone a sus pasiones, ha llegado la hora de reformar la estructura de todos los partidos, pues ésta no prevé ni es capaz de recordarle al líder que es mortal.