Un día, millones de hombres abandonarán el Hemisferio Sur para irrumpir en el Hemisferio Norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria.
Esta lapidaria frase, pronunciada por el expresidente de Argelia Huari Bumedian ante la Asamblea de la ONU en 1974, está preñada del mismo odio y fanatismo que la yihad islámica ha demostrado en su crimen contra la libertad de expresión ayer en París.
A sabiendas de que habrá quien rápidamente deduzca de la cita una invitación a la xenofobia, hemos de tomar conciencia de qué precio ha pagado la civilización occidental desde la Atenas de Pericles hasta los Estados de Derecho de nuestros días para saber a ciencia cierta qué riesgos corremos si no nos tomamos en serio esa mentalidad medieval.
De momento, la guerra emprendida contra Occidente el 11 de septiembre de 2001 la vamos perdiendo. Antes de explicar por qué, reparemos contra qué mentalidad nos estamos enfrentando. Hemos de ser conscientes de que, ante un fanático, el diálogo es inútil. El fanático está poseído por una verdad que lo trasciende y lo vuelve inmune al contraste de la razón. Occidente no es para ellos un adversario cultural, sino la mismísima encarnación de Satanás que debe ser eliminada. Él libera a sus mujeres de tradiciones injustas, introduce en sus vidas música, imágenes y modas sensuales que pervierten su poder, Occidente es internet, es la libertad, es la ilustración ante sus aquelarres medievales, la ley que persigue la ablación y todas las formas de sumisión de la mujer, Occidente es el diablo porque Occidente es el relativismo, la tolerancia, la irreverencia, la risa de todo lo que para ellos es sagrado. Tolerancia frente a dogma, voluntad frente a fatalismo, libertad religiosa frente a sumisión.
Ocioso es señalar que los fanáticos no son el islam ni sus creyentes musulmanes. El fundamentalismo islámico es tan enemigo suyo como nuestro. Como el Ku Klux Klan lo es de Roma. Pero tampoco es ocioso subrayar que estos fundamentalistas islámicos han surgido del islam, toman el islam como su causa y es el islam su justificación. Por eso es tan importante que sean los propios musulmanes los primeros en salir a la calle a combatirlos con su presencia, a enfrentarse a su barbarie y arrebatarles el islam. Y no ha sido eso lo que hasta la fecha ha pasado, muy al contrario, a menudo se han mostrado recelosos ante el poder de Occidente, donde viven. Puede que por una extraña necesidad de arremolinarse alrededor de sus raíces religiosas y culturales como cualquier emigrante fuera de su atmósfera cultural.
Esta guerra la estamos perdiendo. No por sus masacres, ya numerosas: Charlie Hebdo en París, Bombay en 2008, Londres en 2005, los trenes de Atocha en 2004, la discoteca de Bali en 2002, las Torres Gemelas de New York en 2001. No por sus masacres, repito, sino por el miedo infundido en nuestra civilización. Desde 2001 todos sufrimos las consecuencias de sus bombas de forma directa: debemos hacer colas en los aeropuertos, en todos los aeropuertos, puertos, estaciones de tren, acontecimientos deportivos, embajadas; asegurar medios de comunicación y centros religiosos. Nuestros sistemas informáticos gastan presupuestos astronómicos para que no los boicoteen, vivimos con el miedo en el cuerpo. Ahora mismo, mientras escribo, en Madrid se ha producido un caos monumental de tráfico por una falsa alarma de bomba. Durante meses, después del atentado de Atocha, la gente miraba recelosa a cualquier persona con aspecto árabe que subiera al metro con una mochila. La estamos perdiendo también porque la autocensura se ha instalado en muchos de nuestros medios. Periódicos tan emblemáticos como The New York Yimes, The Wall Street Journal o la agencia de información Associated Press, entre otros, han cedido al chantaje y se han negado a publicar las caricaturas de Mahoma del semanario Charlie Hebdo. El diario danés Jyllands-Posten, que en 2005 publicó caricaturas de Mahoma, es la imagen de la derrota al declinar hacerlo ahora.
Es su victoria, el terror generalizado, su única victoria. De momento. No estaría de más que los gobiernos occidentales presionaran a esos gobiernos árabes amigos y enemigos bañados en petrodólares para que dejaran de patrocinar madrazas y mezquitas donde se adoctrina impunemente en el odio a Occidente. Si un día alguna de estas facciones lograra comprar de estraperlo una bomba nuclear sería el principio del fin de un modo de vida para Occidente. Dinero les sobra. Y fanáticos.
Los tibios se escandalizarán, son tan ciegos como los niños de papá incapaces de apreciar el costo de su vida regalada.