La demostración de odio a España del taimado Pep Guardiola en el aquelarre del domingo en Barcelona, junto a los apoyos de mareas y filoetarras otorgados a Iglesias en la moción de confianza de ayer en el Congreso de los Diputados, han logrado que millones de españoles tomen conciencia cabal del acoso y derribo a la que está sometida la nación española.
Lo que pretendía ser una demostración de fuerza por parte de los nacionalistas con Pep Guardiola de ventrílocuo del separatismo se acabó convirtiendo en el acicate más eficaz para sacar a los españoles de su modorra. Ha logrado él solo en un día lo que la Resistencia al nacionalismo no ha logrado en tres décadas: irritar a millones de españoles y hacerles creíble la amenaza separatista. O lo que es lo mismo, meter por primera vez el miedo en el cuerpo a millones de españoles, que hasta ahora tomaban el delirio separata como una extravagancia catalana sin mayores consecuencias. Ayer, Pablo Iglesias remató la faena apareciendo ante España entera como lo que es, un peligroso aventurero que busca en el basurero de mareas y filoetarras la imposición de un régimen autoritario donde la ruptura de España sólo es un inconveniente necesario para acabar con la soberanía surgida de la Transición del 78. La evidencia quedó plasmada cuando se negó reiteradamente a contestar dónde residía la soberanía nacional, pero sí a insistir en la defensa de la plurinacionalidad de España.
No hay mal que por bien no venga, ese beneficio colateral surgido de sus propios excesos vendrá muy bien para neutralizar su desprecio por la igualdad nacional. Los españoles ya lo han visto fuera de la madriguera. El Congreso lo abrió en canal y sólo encontró bilis. Es posible que lograra jalear a los propios, pero asustó al resto. Las poses de macho alfa que mostró contra Rivera lo dejaron en lo que es, un impresentable con aires de Napoleón. Albert acababa de hacerle una obra de orfebrería fina a la que solo supo oponer argumentos ad hominem propios de un macarra. No da más de sí, y toda España lo vio. El toro cojea y tarde o temprano lo devolverán a los corrales. Valdrá para carne, pero no para hundir al PSOE.