A menudo, el fragor de la batalla nos impide ver el sentido de las cosas. El culebrón griego es un ejemplo. Sin lugar a dudas el gravísimo problema de financiación e impago de la deuda afecta dramáticamente a la sociedad griega. Nada que no haya ocurrido antes con Portugal, España, Finlandia o Irlanda. Pero al contrario del gobierno de Alexis Tsipras, no cuestionaron a Europa. Los griegos sí lo han hecho. De la peor manera, sin asumir responsabilidad alguna en las causas de su ruina económica, ni de su deuda. No por casualidad. Esa actitud es la consecuencia de la propaganda populista ejercida por Tsipras desde antes de llegar al poder. Es muy posible que esa fuera la causa de haberlo alcanzado. Es la vieja doctrina leninista contra el imperialismo capitalista, que hoy se traduce en su crítica a la Troika europea. Viejas patrañas para vender como nuevas, fórmulas comunistas fracasadas. Y en el punto de mira la economía libre de mercado. Aunque sea ésta y no las otras el origen de las sociedades del bienestar. Todo envuelto en la dignidad nacional, es decir, en nombre del nacionalismo. Una vez más.
La construcción europea se ha convertido en el enemigo del pueblo griego. En palabras de Varufakis, Europa les ha humillado. Dignidad, orgullo, soberanía mancillada fueron conceptos para definir la victoria del referéndum del "pueblo" griego contra Europa. Simples emociones nacionalistas compartidas con el partido nazi, Amanecer Dorado, del que recibió apoyo para formar gobierno. Curiosa paradoja repetida una y otra vez en la historia: comunistas y ultraderechistas, de la mano.
No es un caso aislado, Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa, le dio su apoyo en el referéndum contra Europa y sostiene a diario el regreso de las monedas nacionales frente al euro. Como Pablo Iglesias, de Podemos, que no pierde ocasión para hablar de patriotismo y soberanía nacional frente a la Unión Europea. Posiblemente el líder que más se esfuerza en mostrar a Tsipras su apoyo incondicional contra Europa. O como dicen ellos, contra la Europa de los mercaderes o de la Troika (CE-BCE-FMI). Con distinta patria pero idéntico rechazo a Europa, dan su apoyo a Tsipras los batasunos de Bildu o los catalanistas de la CUP y ERC. En esa onda estuvo Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, cuando salió raudo a felicitar a Tsipras por su victoria en el referéndum: "Es una victoria contra el terrorismo financiero del FMI (...) la consideramos una victoria nuestra, de los pueblos valientes de América Latina también. ¡Que viva Grecia!". ¡Ojo!, Maduro está como una regadera, pero lo del terrorismo lo había soltado antes Varufakis. Junto a Putin, toda esta pandilla de amigos del comunista Tsipras nos debería hacer reflexionar sobre los medios que están utilizando para hacer política, y sobre el futuro que nos quieren imponer.
Las dos últimas guerras mundiales no fueron más que guerras civiles europeas, meras guerras nacionalistas, como los conflictos de finales del siglo XX. El problema de Europa es el nacionalismo, y su antídoto, la construcción europea. Al contrario de estos neocomunistas y nacionalistas, sólo se puede construir Europa a partir de la cesión de soberanía nacional. Es cierto que hasta ahora la Unión Europea ha sido más mercantilista que política; pero ¿alguien sensato puede suponer que sentimientos étnicos arraigados durante siglos pueden ser borrados de la historia tan de prisa como se cambia de coche? Derogar una ley es fácil, cambiar la cultura de siglos cuesta generaciones.
Mientras asistimos a este sainete griego, se nos están colando por las grietas que dejan la desolación del paro y la miseria, el neocomunismo, el neonacionalismo y el fascismo postmoderno. De nuevo, en Europa. Grecia es el síntoma, el desencanto por la Unión Europea, la enfermedad. Las nuevas generaciones a menudo van de adanistas porque desprecian todo cuanto desconocen o no han sufrido. Al contrario de esta moda de jóvenes arrogantes, la experiencia y el conocimiento del pasado son hoy más necesarios que nunca.