El PSC no está muerto. De un tiempo a esta parte todas las fuerzas mediáticas nacionalistas anuncian su entierro; exactamente desde que su Consejo Nacional decidió bajarse del tren secesionista y votar en contra del derecho a convocar un referéndum de independencia. (Éste y no el de "derecho a decidir" es su nombre real).
Hoy ha confirmado aquella renuncia a seguir haciendo de tonto útil del nacionalismo. El escenario y el fin no han podido ser más simbólicos: votación en el Parlamento de Cataluña para exigir al Estado la cesión de las competencias sobre el derecho a convocar referéndums. De fondo, 6 diputados socialistas de los 24 dispuestos a votar a favor de las tesis secesionistas contra su propio partido. Uno, Àngel Ros, alcalde de Lérida, renunció a su escaño la víspera; tres rompieron la disciplina de voto apoyando con su sí las tesis nacionalistas (Joan Ignasi Elena, Marina Geli y Núria Ventura) y dos, Rocío Martínez-Sampere y Xavier Sabaté, han decidido aceptar finalmente la disciplina de voto. Ya sin medias tintas, su portavoz, Maurici Lucena, les ha exigido que dejen su actas de diputados. Puede ser la aventura final de treinta años de hegemonía nacionalista en su dirección, después de que los hermanos Maragall, el actual consejero de cultura, Ferran Mascarell, y cuadros medios de menos renombre hayan abandonado el partido.
Este desenlace, más la pérdida constante de apoyo electoral en las últimas encuestas, que le situarían por detrás de C’s, han llevado a muchos a creer que el PSC se está desmoronando. De hecho es eso lo que cualquier analista no advertido constataría si comparara sus apoyos electorales de ahora con los que ha llegado a tener durante estos últimos 30 años. Sin embargo, es muy posible que por primera vez desde su creación haya iniciado el camino que le permita frenar la caída libre hacia la nada.
Por vez primera se han plantado ante los nacionalistas que han colaborado desde la dirección del partido con la hoja de ruta del catalanismo. Y han acabado con la patraña esa de las dos almas del PSC. Nunca hubo equilibrio entre ellas, el alma catalanista gobernó siempre y cuando lo hicieron los charnegos fue con los principios de los catalanistas. Durante 30 años han dejado a sus hijos y nietos a merced de la pedagogía nacionalista que ellos mismos colaboraron a convertir en hegemónica. Un día u otro tenía que ocurrir: la masa de votantes de raíz cultural española y origen obrero les daría la espalda. Sólo hacía falta pedagogía del engaño y un partido al que votar. Y apareció C’s, el refugio de tantas traiciones culturales, nacionales, sociales y lingüísticas.
El desmoronamiento en las encuestas y la amenaza real del nacionalismo han advertido a la generación de Pere Navarro de la ruina electoral. Importa poco si el giro es sincero, en las votaciones de hoy importa más el que hayan dejado a los catalanistas sin la sensación de unanimidad parlamentaria. Tanto importa, que los medios nacionalistas han arremetido de forma furibunda contra ella, mientras dan barra libre a los diputados secesionistas que han cuestionado el rumbo del PSC.
Hoy han comenzado una travesía del desierto que les llevará a perder aún más apoyos. Al menos en un primer momento. Pero si pierden el temor a enfrentarse abiertamente a las mentiras del nacionalismo y ponen el acento en su labor social, un día u otro recuperarán amplias capas de la clase obrera llegadas del resto de España y buena parte de la clase media ilustrada de las grandes ciudades de Cataluña, sobre todo Barcelona. Una ley electoral justa haría el resto.
De momento, han reforzado España y han evitado que el nacionalismo se presente en Madrid como si fueran Cataluña. El secesionismo ha sufrido su primera derrota en su propio Parlamento. Al César lo que es del César.
PD: El catalanismo sólo es una forma edulcorada para colar, sin advertirlo, el nacionalismo. Para no confundir a nadie, la generación de Pere Navarro sigue empeñada en él.