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Antonio Robles

El independentismo ya ha perdido

El independentismo ya ha perdido. Por fin el Estado y la sociedad han reaccionado.

El independentismo ya ha perdido. Por fin el Estado y la sociedad han reaccionado. Si se persiste en el enfrentamiento racional, el resultado electoral dejará por primera vez en evidencia la ficción independentista.

La apuesta del nacionalcatalanismo por el independentismo es el origen de su derrota, pues ha puesto fin a la mayor de sus mentiras: la supuesta unanimidad de todos los catalanes bajo el paraguas del catalanismo. Como ficción construida e interesada, no ha dejado espacio para las medias tintas. El juego ha terminado, empieza el miedo a la aventura. La ruptura de Unió con la coalición de CiU es el hecho más evidente, pero no el único.

¿Qué consecuencias puede tener en el cómputo electoral? La aritmética independentista representada por Junts pel Sí y la CUP no podrá contar con todos aquellos votos de izquierdas que se han desmarcado de la independencia unilateral, ni con la derecha pactista. Hasta ahora formaban parte de una omertà nacional parapetada tras el espantajo del derecho a decidir. Ahora todo se ha reducido a estar a favor de la independencia o en contra. Todo lo que no sea lograr ese objetivo será el fracaso de una ilusión al fin mostrada.

La pérdida de votos de Junts pel Sí no se quedará ahí. La CUP ya ha dicho que jamás apoyarán una candidatura a la Generalidad de Artur Mas, pero sí de Romeva. ¿Cuántos votos conservadores de la antigua coalición de CiU huirán como alma que lleva el diablo a la UDC de Duran i Lleida, ante la expectativa de que sean los escaños de la CUP los que pongan un presidente comunista al frente de la Generalidad?

Por si la merma no fuera suficiente, el propio Artur Mas se ha encargado de acentuarla al reducir a Aznar y a Pablo Iglesias a la ultraderecha. Esta agresión a la autoestima de Pablo Iglesias le convertirá en su peor enemigo. La grieta entre la izquierda del cinturón rojo de Barcelona y el nacionalismo independentista de los recortes se acentuará. Y con ella las diferencias reales entre la izquierda y el nacionalismo. Gravísimo error, pues ha sido esa izquierda quien más ha ayudado a consolidar la falsa unanimidad catalanista. El enemigo ya no está fuera, sino dentro. Y encima han empezado a enseñar la patita xenófoba sin decoro: las marchas de antorchas, como las camisas pardas o Amanecer Dorado; el acoso de la comunidad escolar a unos padres y dos niños de P5 en Balaguer (Lérida) para impedir que puedan recibir el 25% de las horas en castellano hasta obligarlos a desistir, la pretensión de convertir los escaños en mayoría suficiente para declarar la independencia unilateral, forman parte de un goteo interminable de este fascismo de parvulario cada vez más empalagoso.

Hasta ahora podían cometer esos y otros muchos errores. Ya no. El Estado y toda una atmósfera intelectual y política tradicionalmente propicia a ser condescendientes con el nacionalismo ha reaccionado al fin. Y empiezan a notarse los resultados. Las cuentas y los cuentos de la independencia comienzan a dar de sí lo que son: un delirio. No hay día, debate o entrevista donde el discurso hegemónico independentista no revele sus vergüenzas. La entrevista de la BBC a Raül Romeva o la rueda de prensa de periodistas extranjeros a Junts pel Sí muestran las limitaciones de todo este proceso en cuanto salen del útero materno de TV3.

Ahora bien, que no sean mayoría no quiere decir que hayan sido vencidos. En Cataluña el problema no es la independencia sino la derrota del pensamiento. Más allá de los resultados, el 27-S dejará una porción inmensa de ciudadanos atrapados en las mentiras que les han contado. Una cosmovisión adobada de emociones e inducción a la frustración. Es fácil cambiar una norma o una ley; muy costoso y largo, racionalizar esas emociones. Sin descartar aquelarres de desobediencia civil a imagen y semejanza de la Marcha Verde, organizados desde el poder, según medida.

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