La mayor eficacia de la publicidad es aquella que pasa por información. El peor de los populismos es el que tiene apariencia de justicia social. El periodismo más tramposo es el que logra colarnos frescura, independencia del poder político y honestidad informativa. Todo eso es lo que logró vender Atresmedia con el debate de La Sexta, reduciendo un debate entre candidatos a la Presidencia del Gobierno en la previa a la Champions League. En él se sacrificó el contenido de fondo a un formato guionado con todos los trucos formales de los programas basura y las fullerías de un thriller. Al fin y al cabo, estábamos ante la final del siglo, o eso decía Farreras con lo del "debate histórico", "el antes y después" y toda esa casquería para feligreses.
¿De qué se trata, de analizar las propuestas de un candidato o de premiar las habilidades del ventrílocuo mejor asesorado en las peores condiciones? Porque de eso parece que se trataba, de premiar al superviviente de un formato lleno de dificultades. Vamos, que a un candidato serio de un país menos traumatizado a merced de la prensa le imponen que permanezca de pies y sin soporte documental durante dos horas y les manda a Disneyland a fajarse como reporteros de guerra. Los debates a dos y preguntas pactadas no es que estén anticuados, es que son insufribles e inaceptables. La maldad de estos formatos no legaliza en absoluto el que nos coló La Sexta.
Seamos serios. Como ciudadano, yo quiero ver a un candidato que dé soluciones a los problemas de la sociedad pertrechado de todos los medios y la máxima información. En su despacho de Presidencia, en el Consejo de Ministros, nadie espera encontrar a un llanero solitario, sino a un equipo capaz. Precisamente eso es lo que eliminó La Sexta para vender un artificio a la altura de la frivolidad de las masas. Nadie cuestiona su éxito; logró expectación, audiencia y un simulacro de haber acabado con la dictadura encartonada de los debates impuestos por los políticos. Nada que no haya logrado ya Sálvame de Luxe.
Se ha visto en los comentarios posteriores. El director de El Mundo aseguraba que Pedro Sánchez había sido barrido por Pablo Iglesias. Y daba a esa lectura un vuelco a favor de Podemos en detrimento del PSOE. A estas lecturas fofas conduce el folclore de la simplificación del formato de Atresmedia. Un partido es mucho más que su líder. El PSOE es una realidad histórica, llena de gente valiosa y preparada, mientras que Podemos es un tinglado de hace un cuarto de hora sin experiencia ni un equipo en el territorio, cohesionado y coherente. ¿Y cambiamos el voto sólo porque el líder no estuvo inspirado ese día o carece de las habilidades teatrales adecuadas para vender una burra vieja por nueva?
Yo creía que un partido es algo más, mucho más. Es una organización, un proyecto, muchos esfuerzos, experiencia de gentes esparcidas por el territorio, trabajos, logros, fracasos y rectificaciones a lo largo del tiempo en las instituciones y la realidad cívica. Pero el "debate decisivo" de cuatro guionistas de una cadena de televisión dicta quién debe gobernar, reduciendo toda esa complejidad a la suerte de una tarde en la Maestranza. Territorio Twitter, la dictadura de los 140 caracteres. Espectáculo, impresionismo, frivolidad. Y no sólo impone un formato, determina incluso qué partidos son dignos de existir y quienes deben salir de foco. ¿Todo por la audiencia?
En una cadena que día sí y día también se cisca en la corrupción política ha dejado a IU y UPyD fuera del debate. Esto es también corrupción. De la peor. La que direcciona conductas, amaestra conciencias, determina lo que es digno de aprecio y de desprecio. Forzar votos, esa es la cuestión.
Admito que es una cadena privada, y como tal hace lo que le viene en gana; pero si actúa con voluntad de verdad y decencia es evidente que está políticamente obligada a dar cobertura a dos partidos presentes en el Congreso de los Diputados, elegidos por el pueblo. Y mientras no se demuestre lo contrario, las encuestas sólo son encuestas. Favorezcan o perjudiquen a estos u otros partidos.
PD. Algunos no tenemos derecho a olvidar de dónde venimos y cómo nos han tratado. Para no repetir el abuso.