La decisión de Obama de normalizar relaciones con Cuba y levantar el embargo sin sacar a cambio siquiera la promesa de elecciones libres en la Isla ha cosechado un aplauso casi unánime en la prensa internacional, pero un rechazo generalizado en los cubanos del exilio y los opositores que se resisten al régimen desde dentro.
Suele pasar, cuanto más lejos están los titulares de la opresión, más comprensivas se tornan las reconciliaciones ajenas. Pasa como con el dinero público, se derrocha con la misma generosidad con que se escatima el propio. ¡Con qué facilidad firmamos la paz de las guerras que no sufrimos!
El discurso de Obama adolece de ese mal en exceso. Yo diría que es profundamente injusto con la Resistencia interna a la dictadura castrista y desconsiderado con las medidas tomadas en la Guerra Fría para asegurar la libertad en Cuba. Con un tono adanista, califica el embargo de "enfoque obsoleto". Puede que lo sea ahora, pero no cuando él aún no había nacido. Los tiempos cambian, también las circunstancias, nunca el dolor de las víctimas, jamás la ausencia de libertad y dignidad. ¿Se habrá preguntado Obama dónde han ido las vidas truncadas, los abrazos arrancados a hijos y padres, los sueños de libertad de millones de cubanos quebrados tras barrotes, exilios, torturas, muertes y desapariciones? Puede que su discurso inaugure un tiempo nuevo, seguro que será mejor que el pasado. Pero ¿se ha preguntado para quién? Ayer, las personas reales que han sufrido y sufren ahora mismo la dictadura por querer vivir libres en su país estuvieron ausentes de la decisión tomada. Como el exilio. Pero no sus torturadores.
Tenía sólo cinco años cuando tuve conciencia de Cuba. Corría el año 1958. Acababa de recibir un osito de peluche que tocaba las palmas mientras andaba. Algo nunca visto en un pueblecito pobre y perdido de Zamora. Según me contaron mis padres, era el regalo de Reyes de mi padrino, un señor del pueblo afincado en La Habana que se fue a hacer las Américas siendo todavía un rapaz sin estudios ni bienes. Se llamaba Antonio Mielgo Funcia. Con el andar del tiempo y mucho trabajo había logrado hacer fortuna. La última vez que estuvo en el pueblo, en el verano de 1954, mi madre estaba embarazada, y acordó con ella ser el padrino. Fue la última vez que lo vieron. Cuando nací, el secretario del Ayuntamiento hizo las veces de padrino y me pusieron su nombre: Antonio. Desde entonces, mis padres recibían regalos para su hijo cada poco. Un año después de aquel mono que tocaba las palmas dejé de recibir regalos. Mi último regalo. Desde entonces, esa historia se llenó de leyendas en la mente de un niño que desconocía por completo la revolución cubana y el destino de aquel padrino al que ni siquiera conocía.
Muchos años después, como la mayoría de jóvenes universitarios de los años sesenta y setenta, sentí entusiasmo por la revolución cubana del 59 y admiración por su icono, el Che Guevara. Olvidé al padrino y sufrí, como la mayoría, el desencanto de una ideología totalitaria que nos había robado lo mejor de la juventud.
Veinte nueve años después, teniendo yo ya 34, llegó de Cuba un viejo cansado, de más de ochenta años, con lo puesto. Literalmente. Al fin le habían dejado salir de Cuba. Le habían robado la hacienda y la vida, y le habían retenido en la isla contra su voluntad. Nos conocimos entonces y me contó muchas tristezas.
Escribo con la nostalgia que evoca la canción de Víctor Manuel: a dónde irán los besos que guardamos, que no damos; dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo…
Cincuenta y cinco años de dictadura. Dónde se habrán ido tantos sueños rotos, de tantos cubanos, quebrados por la espera, por el sufrimiento, por las distancias, por los abrazos rotos, por la injusticia y el exilio, el miedo, la miseria y la desesperación…
Hay una esperanza, el virus de la libertad, el peor corrosivo para una monarquía comunista que se muere biológicamente. Seguramente es una buena decisión y éste sea el principio del fin de uno de los peores despotismos americanos del siglo XX, pero a mí me siguen evocando tristeza y nostalgias los versos: a dónde se irán los besos, que guardamos, que no damos…, dónde se irá la vida que nos robaron.