Como la mafia en Sicilia, el procés es un Estado paralelo con sus propias reglas, que hace cumplir a rajatabla, aunque sus profetas jamás cumplan las del Estado de Derecho al que pertenecen. La Camorra, la Cosa Nostra, la Mafia son organizaciones criminales diferentes, pero todas tienen una identidad común, actúan al margen del Estado mediante un Estado paralelo presidido por la omertá. No otra cosa es hoy Cataluña. El catalanismo no mata a casa nostra (todo se andará), pero su eficacia es mayor.
El negocio nacional es controlado por una mezcolanza de clasismo retrógrado, clases medias y funcionariales, junto al agrocarlismo batasuno del interior, amalgamados por vínculos identitarios e intereses económicos que quieren ostentar por siempre. Y quienes no colaboran o se oponen pasan a formar parte de los enemigos de la democracia y la libertad. ¡Ahí es na! Estamos ante la revolución de las clases pudientes, con adultos eternamente adolescentes de casa bien, de izquierdas y de derechas, pero, antes que nada, nacionalistas.
No se asusten por las palabras, a veces las metáforas muestran con dureza el abuso que se hace de ellas para ocultar la realidad mafiosa que se oculta tras su perversión. En este caso, ni siquiera la comparación es ofensiva, lo ofensivo es ver cómo ese Estado paralelo actúa impunemente, sin parecerlo, al margen de la Ley, con métodos mafiosos y amparados por la ley del silencio. Una retahíla de evidencias lo delatan: los Mozos de Escuadra ya actúan como una verdadera policía política. Ada Colau es acosada al grito de "zorra, puta y guarra", mientras el régimen y los altavoces mediáticos miran para otro lado, y el independentista Ernest Maragall lo justifica. Lo mismo le pasó a Inés Arrimadas en esos pueblos de limpieza étnica del interior, donde gente corriente friega con lejía el suelo por donde pasa. Una maestra indepe agrede a una niña de 10 años en el cole por pintar una bandera española en su cuaderno y el régimen y sus medios ignoran la atrocidad. "Ho tornarem a fer". Òmnium monta una campaña con autobuses para anunciar su decisión de continuar el delito de rebelión recién juzgado, y el régimen lo permite. Y seguramente paga… Y todo eso, con el silencio cómplice de esa población bajo la influencia de la omertá o directamente beneficiada por ella.
En más de una ocasión he insistido en que la independencia no es el peor escenario, sino la falsa normalidad en que vivimos, donde los hispanohablantes y todo el que se siente español es excluido, despreciado y convertido en ciudadano de segunda. La diferencia con un judío de la Alemania de los años treinta, con los negros de Alabama de los cincuenta o con los inmigrantes africanos sin papeles explotados en los campos de Almería o Lérida sólo es de contexto. En el fondo, unas clases propietarias de la identidad y del poder institucional imponen el desprecio en nombre de una identidad nacional agredida. No son los desheredados de la tierra, sino los herederos de aquella burguesía clasista y pistolera de principios del siglo pasado que despreciaba al servicio y convirtió a los jornaleros llegados de Murcia, Andalucía, Extremadura… en carne de cañón para sus fechorías. Meros charnegos sin identidad. No muy distinto de como Vox convierte hoy a los inmigrantes en invasores. ¡Qué chiquito es el mundo para tanto hereu!
La Complanta dels Burgesos Oprimits, de Alfonso de Vilallonga, y L'opressió, per a qui se la treballa, de Albert Soler, ponen humor y ácido a la obscenidad. Diviértanse al menos.