Antes y más allá de las ventajas y desventajas económicas de proclamar la independencia unilateral de Cataluña están los valores en que se sustenta un Estado social y democrático de Derecho. En él, la justicia distributiva y la progresividad fiscal como valores supremos de la igualdad son la garantía de que ningún territorio, grupo social ni magnate particular pueda asaltar en beneficio propio lo que es de todos. Esos valores de solidaridad, sustentados en las leyes democráticas e inviolables por las partes, se están pisoteando en nombre del clasismo supremacista más reaccionario: como en mi cortijo hay petróleo, me lo quedo en exclusividad, y el resto que se joda.
Precisamente han sido esas supuestas ventajas económicas las que están detrás del apoyo creciente al independentismo desde 2011.
Hasta esa fecha, el nacionalismo se había basado en "la lengua propia" para crear conciencia nacional y sentimiento de grupo. Pero ese recurso identitario, basado en que a cada lengua le corresponde una nación, sólo había logrado agrupar alrededor de la secesión a un porcentaje mínimo de la población, que fluctuaba entre el 14 y el 16%.
Hemos de esperar a la utilización del egoísmo de clase territorializado verbalizado tras mentiras como el expolio fiscal, para entender el apoyo súbito al independentismo desde esa fecha de 2011.
Indigna que entre las argumentaciones esgrimidas contra la deriva secesionista no se haya reparado en las técnicas de marketing destinadas a excitar la codicia de la gente para sumarlos a la causa. Resulta obsceno contemplar cómo unos señores de Córdoba emigrados por necesidades económicas a Cataluña jalean su separación de España en nombre de su derecho a vivir mejor que sus primos andaluces.
Toda nuestra civilización occidental se basa en un sincretismo de valores cristianos e ilustrados, que nos han ayudado a construir sociedades donde el altruismo social y el destino de los más desfavorecidos nunca nos son ajenos. De ahí que el destino colectivo de los ciudadanos de un Estado esté regulado por leyes que garanticen la igualdad.
Pues bien, estos reaccionarios con ínfulas identitarias viven de socavarlos. Como esos anuncios de loterías que incentivan la parte más egoísta de la ambición humana para vender su mercancía. El problema es que amplias capas de la sociedad catalana provenientes de la emigración y sugestionados por la avaricia han caído en la mentira y en la desvergüenza. Esos incautos a los que el nacionalismo les ha metido en la sien la obsesión por buscar las raíces identitarias de Cataluña como valor supremo, no reparan que las suyas están mayoritariamente en el resto de España, y que con su proceder se están meando en la tumba de sus abuelos. Miserables los de Súmate, mamporreros de esa traición a los orígenes familiares y a las miserias dejadas a la espalda. ¿O acaso no fueron ellos pasto del desarraigo en el pasado por culpa de la miseria? ¿Se han olvidado tan pronto de que otros muchos ciudadanos, por las causas que sean, están ahora en parecidas dificultades que ellos entonces, cuando se vieron obligados a emigrar?
Ser conscientes de esta cloaca moral es imprescindible para poder vencerles. He dicho vencerles, no negociar, vencerles. No hay nada que negociar con quienes son desleales en espera de mejor ocasión para asestar el zarpazo definitivo.
España ha de levantarse el 27-S armada de votos como si fuera un nuevo 2 de Mayo. Es imprescindible dejar al descubierto la ficción. Todo ciudadano de cualquier rincón de España que tenga un familiar o amigo en Cataluña debe llamarles al voto. Que vote lo que quiera, pero que vote opciones constitucionalistas. Es la campaña más eficaz que podemos hacer para despertar primero y arrancar después a Cataluña de la dominación nacionalista. Sin complejos, coja el teléfono, ahora mismo, y defienda con ese pequeño esfuerzo lo que más tarde pudiera lamentar.
En momentos como éste, la equidistancia es de interesados o cobardes. O estás con la Constitución o contra ella. Si no votas, votas por la independencia. ¿Por qué? Porque los independentistas son militantes, van todos.
P. D. Pau Gasol tiene reparos en perder intimidad. Otros han perdido la vida por defender lo que ahora se quiere romper.