El intento de envolverse en los valores más dignos de la humanidad para justificar los más indignos ha llegado a su máxima expresión ayer, cuando en el control al Gobierno de Cataluña Artur Mas espetó a la líder del PPC, Alicia Sánchez Camacho, cuando ésta le invitó a responder si acataría o no la voluntad democrática del Congreso de los Diputados: "Si las leyes fueran sólo las leyes, sin ningún sentido ni espíritu, las mujeres no votarían y los esclavos seguirían siendo esclavos". Sin inmutarse. Nada sorprendente en un sujeto que ya se ha comparado con Martin Luther King, Gandhi, el holocausto judío y Nelson Mandela. Por lo que se ve, ahora no les da por sentirse Napoleón.
Los delirios de este mesías comienzan a ser preocupantes. Padece de victimismo mórbido, cuya solución ya solo está al alcance de la psiquiatría.
Convendría recordarle que la esclavitud en América se abolió por las armas en una guerra fratricida entre los estados del norte y del sur de los futuros EEUU. Se hubo de ganar con votos primero y con muertos después. Confundir eso con Cataluña no es ya mala fe o manipulación burda, sino ignorancia histórica. Tampoco fue la voluntad popular la que acabó con los últimos vestigios de discriminación racial en América, sino los tribunales de justicia de EEUU a partir de la defensa de una ciudadana negra por el abogado Martin Luther King y la presión de los excluidos. Todo en el marco de una democracia con separación de poderes y exquisito respeto a su Constitución.
Convendría también decir a este impostor, cuando acusa al Gobierno español de negar la democracia al pueblo de Cataluña poniendo como modelo de emancipación de los pueblos a Nelson Mandela, que reparara en las palabras que éste dirigió al personal blanco del Gobierno anterior en su toma de posesión como presidente de Suráfrica:
Si están recogiendo sus cosas porque temen que la lengua, el color de la piel o el haber trabajado para otro Gobierno les desacredita para trabajar aquí, quiero decirles que no hay nada que temer, el pasado es el pasado, hay que mirar al futuro.
Casi igual que hace él y todos los nacionalistas: en lugar de respetar las lenguas de sus ciudadanos, las excluyen en la escuela o las multan en los negocios, en lugar de mirar al futuro, viven de lo peor del pasado, y cuando éste no es lo suficientemente odioso lo manipulan y levantan monumentos a la discordia. Viven de ella. La impostura es tan esperpéntica que la felicitación de Navidad de este año es un grabado de la de guerra de sucesión de 1705. Hasta los contendientes congelan las armas por Navidad para desear paz a los hombres. Nunca la distancia entre lo que se dice y lo que se es en realidad fue tan grande. El nacionalismo lo justifica todo.
Los ejemplos son diarios. Ayer, una entrevista a Albert Rivera en 8tv servía de contrapunto para comparar la dignidad que se atribuyen y las formas inquisitoriales con las que actúan: mientras a Artur Mas lo entrevistaban en TV3 periodistas reducidos a felpudos, al líder de C’s le hacían una encerrona con tres savonarolas y un Josep Cuní de cómplice. Pilar Rahola, Rafael Nadal y José Antich. Sin comentarios, vean la entrevista entera, merece la pena. No porque vapuleen a Rivera, solo lo intentaron, sino por ver en acción al periodismo militarizado por el nacionalismo en Cataluña.
Quien tenga la tentación de trivializar con estas frivolidades se equivoca. Artur Mas podrá fracasar, pero el combustible con que calientan al personal es emocional y muy inflamable. El problema no es la consulta, sino la estela de frustración que le seguirá.
Y por favor, no manosee a John Stuart Mill, primer impulsor del sufragio universal en el Parlamento inglés para lograr el voto femenino. Lea Sobre la libertad y simule vergüenza por la distancia que les separa. Al menos.