Otra sesión de sobeo al balón y trantrán me dejó al borde de protestar omitiendo la crónica acostumbrada, porque hasta la combinación de postes y largueros se torna cansina cuando la pauta es chutar o cabecear al muñeco, y ponerla a la olla sin haber escalonado a los atacantes, aunque el más elemental criterio mande saber que en dicho caso la inmensa mayoría de los balones serán rechazados por quienes lo atacan de frente, y en vez de arracimarse todos hacia el área pequeña procede más bien ocupar la segunda línea, para convertir los rechaces en potenciales asistencias.
Eso se les olvidó a las estrellas merengues, que fueron dejando pasar los minutos a la espera de un acierto mínimo hoy ausente, pues cuando el infortunado Benzema de esta noche regateó al portero vasco su lanzamiento debió ir a puerta –no en dirección al fuera de banda-, y cuando Kroos se coló hasta cocina su tiro no debió ir la mejilla del muñeco y luego al larguero, sino hacia cualquiera de los ocho metros disponibles a izquierda y derecha del meta. En esas décimas de segundo se decide todo, allí donde reina la alta competición, por más que pifiarla cuando uno no suele incurrir en tal cosa merezca todo menos severidad; ni siquiera es mala suerte sino jodida finitud, compañera permanente del humano, y cada cual es libre de tirar la primera piedra en vez de comprender que todos fallamos, mientras no olvidemos que así no se gana un pimiento.
Luego Nacho volvió a estremecer el travesaño y un palo repelió el cabezazo de Jovic en las postrimerías, como ya lo había hecho a raíz de una brillante llegada de Vinicius mal concluida; pero peripecias particulares adversas son lo que cabe esperar cuando el balón se soba al trantrán, y es una pena que los mozalbetes brasileños desperdiciasen la ocasión de ratificar su talento. Rodrygo me pareció intimidado por la energía inmediata de su marcador, Berchiche, a quien no desafió quizá una sola vez sin la ventaja teórica de una pelota metida a sus espaldas, aunque se tratara en realidad de melones, demasiado largos o cortos. Por lo que respecta su juvenil colega, vamos acostumbrándonos a disponer de un genio propenso a la bobada hace cincuenta semanas, como si algo en su interior le prohibiese rematar las faenas, y le inclinara a suplicar del público una paciencia que él mismo ignora.
Cuando entró Bale pensé que era la peor noticia para el míster del Athletic, pues alguien con experiencia y recursos bastaría para desatascar la pugna de futbolistas rudos contra futbolistas eximios, últimamente capaces de jugar como los tres mosqueteros de Dumas; pero me temo que la complicada reacción ante una simple alopecia condiciona de alguna manera su estado de forma, así como la concentración en acciones puntuales, porque ir anotando intervenciones me depara un resultado calamitoso, concluido en pases a nadie y un enésimo noveno balón a las nubes, cuando no se trató de pases hacia atrás o al pie de compañeros cercanos.
Llevábamos una hora de juego delegado en Carvajal y Mendy, a todas luces un mal negocio para abrir cerrojos, y a fin de cuentas el gran héroe merengue iba a ser el ínclito Courtois, un salvador a quien se encomendaron también muchos pases en largo, como a Casillas en las noches poco inspiradas de los galácticos, donde el balón quemaba a sus orfebres, y era librado una y otra vez a los menos previstos para moverlo. No es buena despedida de año, sin dejar de ser lo que hubo ahora mismo. Dijo el poeta que el tiempo es largo, y ocurre lo verdadero, cosa estimulante o alarmante según se mire. Vuelvan a obrar los mosqueteros uno para todos, y todos para uno, o el estafilococo les sumirá en estados febriles. Tampoco olviden que saben jugar bien, sacrificarse y deleitar. Coraje, coraje y honradez quizá basten.