
Hará un par días me puse a seguir en YouTube al Liverpool, que es sin duda una locomotora desde Allison y van Dijk para arriba; pero viendo al Real de esta noche, y al del Clásico de unas semanas atrás -por no decir al rival del PSG en el Bernabéu-, detecto cierta superioridad, incluso aplastante, cuando a los blancos no les da por culminar mal un montón de ocasiones. En efecto, otros equipos tienen plantillas espléndidas, y no pocos jugadores de pericia insuperable, como mostró el propio Valencia en su penúltimo cruce, aunque si los blancos mantienen simplemente su velocidad de crucero no hay quien resista la actitud inspirada por Zidane.
A saber: entrega de todos a todos, sostenida sobre el estado de forma actual de cada uno, que jamás recupera un balón sin tratar de darle salida con tantos pases como proceda, a efectos no solo de construir juego sino de minar la resistencia física y moral del otro, cosa a su vez impensable sin un fútbol de apoyos constantes, donde van apareciendo compañeros para saltar o al menos evitar la línea de presión contraria, unas veces encontrándole fisuras y otras restableciendo el ataque estático. A partir de cierto momento, que suele coincidir con el primer pitido arbitral, la pelota tiene un dueño perenne y hasta monstruos como Messi o Mbappé resultan difuminados, porque el Real funciona como un acordeón tocado por todos y ninguno, mientras sus oponentes van del violín aquí al clarinete y el timbal allá, incapaces de coordinarse en medida análoga.
Veremos si el Manchester City y el propio Liverpool le tosen, o adoptan la resignada actitud de Parejo y sus pupilos hoy, porque tiene bastante de asombroso igualar -cuando no superar- el dominio exhibido en la final de Cardiff, por ejemplo, todo ello sin dar la sensación de que su máquina esté siendo forzada. Con ese plus en reserva, la squadra madridista bien puede medirse con adversarios potencialmente iguales o superiores, y es un regalo para el aficionado la perspectiva de confirmarlo o no en el futuro próximo, donde probablemente se imponga llevar las revoluciones al tope.
Si damos al César lo suyo, tomaremos en cuenta la resurrección de Kroos, un individuo germánico por exactitud y latino por arte, que además de marcar un gol olímpico se permitió marrar un par de ocasiones y repartir asistencias a menudo no convertidas, porque un interior de su fuste hace y deshace a discreción. Veremos si aspira en mayo al balón de oro, apoyado sobre centros y remates decisivos, o si le preceden en ese escalafón dos compañeros como Casemiro y Valverde, que sobresalen por pulir con paciencia virtudes ya reconocidas en un caso, y en el otro por alzarse meteóricamente como el uruguayo, merced a una amalgama de pundonor y clase. Tres medios de su calibre garantizan contención y ofensiva, y sumarles la presencia de Modric difícilmente puede salir mal. De hecho, le está permitiendo marcar en dos partidos seguidos, esta noche tras una lección inolvidable sobre qué hacer cuando la portería está cerca y el ángulo de tiro no es amplio.
No sé si ustedes, pero yo empiezo a impacientarme con Jovic, dispuesto a moverse menos que sus colegas y, peor aún, a devolver una docena de pelotas que estaban para meter él la directa, dejando otra vez para mañana el uno contra uno y la profundidad consustanciales al delantero centro. Hace tiempo sucumbió el tópico del ariete mal servido, cuando quien no sepa buscarse la vida en punta siempre puede retroceder en el más amplio de los sentidos, que incluye bajar a hacerse con el balón, y asumir el rol de mediapunta. Nuestro serbio adopta por ahora ademanes estatuarios, como si el único salvoconducto para andar descargado de faena defensiva no fuese exhibir una precisión quirúrgica, o el ímpetu de un tanque.
Tampoco me parecieron decorosos los minutos de Marcelo, que perdió sus cuatro primeros balones por errores no forzados, y no ganó uno solo de los divididos. Necesita mucho más rodaje para emular al portento de fútbol alegre y creativo que empezó a demostrar desde 2011. Una buena noticia es, en cambio, que Isco haya hecho su mejor partido en mucho tiempo, y llegara a emborracharse de quiebros en un cómico momento, tras desembarazarse de todos. Siempre le sobró un regate, pero tiene madurez hoy suficiente para dejar de hacerlo, y si se mantiene en forma seguirá siendo un interior magnífico, que pasa y chuta como los ángeles.