Cuando el fruto empieza a estar maduro los temporales se sobrellevan, y algo análogo fue empezar regalando el primer gol a un equipo animado por Odegaard, que debutó con 15 años en la selección absoluta noruega, fruto de compensar la falta de masa del adolescente con aptitudes para mantener el balón pegado a los pies e improvisar a velocidades inauditas, en parte aprovechando su potencial específico, y en parte con recursos como la cámara ultralenta, análisis computacional y demás gadgets de última hora para convertir al niño prodigio en un mutante sostenible. Los ojeadores del incansable Juan Carlos Sánchez se hicieron con su ficha hará un lustro, y los media le consideraron hace poco el mejor jugador de esta Liga durante el primer trimestre, un indicio de que las virguerías –tanto de nacimiento como adquiridas- empiezan a eclosionar.
Tanto eclosionaron anoche que la primera media hora su brega borró del mapa a Valverde, anticipando futuros quebraderos de cabeza para Zidane cuando ambos porten la misma camiseta, otra buena noticia para la sala de máquinas del Real, confiada los últimos tiempos a Kroos y Modric. El croata lo bordó con dos asistencias y un tanto, el alemán recordó al medio blandito del año pasado, no al virilizado de las últimas semanas; pero es en cualquier caso crucial un centro del campo robusto e inventivo, que el Pajarito uruguayo y el prototipo de la alta ingeniería escandinava prometen mantener y renovar.
El sobresaliente de Benzema y Hazard empieza a tornarse habitual, Casemiro y Varane brillaron en funciones defensivas, así como un cada vez más suelto Mendy. Aunque cabe lamentar lo cabezota de Carvajal –quizá el único comparable con Lucas Vázquez por virtudes y limitaciones-, Courtois ha logrado ser el de los mejores días, con dos paradas sensacionales, y por supuesto Rodrygo no necesita tener todos los días una noche de acierto imborrable. El mago ZZ está logrando optimizar las excelencias del equipo, y minimizando sus flaquezas, y este sábado ha ampliado su crédito con una decisión tan clarividente como dar minutos a Bale, y asegurarse no solo el tercer gol sino un par de ocasiones adicionales.
Oyendo la pitada que provocó su salida no me sorprendió la reacción del público, sino la de locutores y analistas, que en teoría comentan los lances de un deporte; pero reaccionan aquí como jueces morales, prestos a reprobar otra actitud que la de aplaudir y apoyar a pobres muchachos, que por principio juegan siempre hasta el límite de sus fuerzas. Sin embargo, semejante vaguedad vela al grupo de personas que menos sufre para ser millonario y celebérrimo antes de cumplir la treintena, bendecido por cumplir una vocación elegida libremente. Lejos de confirmar el sermón victimista, toca felicitarse de que las resonancias planetarias y los ingresos estratosféricos redunden en un cultivo de capacidades excepcionales, tanto más rentable para sus propios actores cuanto más siga así.
En el caso de Bale los pitos responden a lo irregular de su concentración y empeño, algo tan innegable como su condición de superclase, y no pocas veces se tornan aplausos, porque el Bernabéu es quizá el campo donde el fanatismo prevalece menos sobre el sentido crítico. En contraste con hinchadas no pocas veces salvajes, su afición puede permitirse el "ganar en buena lid" del himno, apoyada en un equipo que desde mediados del siglo pasado viene encontrando manera de ganar en inauditas ocasiones. Otros se alimentan de subvenciones directas o indirectas, como los clubs que son más que un club, y los que fueron comprados por magnates exóticos; pero el Real no ha dejado de pertenecer a socios que silban y aplauden a quien les parece merecerlo por justicia poética, algo para nada irrelevante como incentivo para sus jugadores.