Tras distintos expedientes para frenar la miseria –entre ellos transformar las inversiones en subvenciones, mandar sobre los precios y cierta criptomoneda-, el presidente autoelecto de Venezuela presentó ayer una nueva modalidad de "medidas humanistas en vez de capitalistas", alegando textualmente: "Tengo varios miles de piezas en oro para que el pueblo ahorre en oro". Dicho ahorro consiste en "lingoticos" de distinto peso -gramo y medio o bien dos gramos y medio- engastados en una tarjeta plastificada que certifica el Banco Central.
En la misma comparecencia llamó "estúpidos" a quienes llaman "paquetazo" a ese y otros recursos contra la hiperinflación y el auge del crimen, porque "yo personalmente me encargué de preparar el Plan de Recuperación en compañía de expertos". Pero esto último es con mucho lo más digno de tenerse en cuenta, ya que el "personalmente" –sumado a la voluntad de favorecer al pobre- viene siendo la garantía de una planificación defendida desde el Manifiesto de Marx-Engels (1848) hasta el propio Maduro, con etapas intermedias como la URSS y los regímenes de Pyongyang o La Habana.
¿Por qué no funciona la buena voluntad, cuando en otros órdenes de la vida basta para terminar una carrera, o mantener nuestro empleo? Contesto que jamás funcionó con mínima eficacia ningún recurso simple para gestionar entidades complejas, y por eso mismo no se encarga nuestro yo de gestionar el funcionamiento del cuerpo. Al contrario, la supuesta sencillez de respirar y digerir se verifica mediante billones de sinapsis cotidianas, articuladas sobre un sistema nervioso central, otro periférico y muchas glándulas más o menos misteriosas todavía.
Bastante tiene el ego con mediar entre las exigencias culturales y las del inconsciente, y solo insensatos omiten el abismo que separa el mundo físico del imaginado. A esa memez, fundida con arrogancia, se debe abordar la economía política como si hubiese desaparecido allí la diferencia entre cuerpos reales e imaginarios, cuando lo equivalente a nuestros sistemas nerviosos y glandulares son ciertas instituciones –el derecho, las sintaxis, las técnicas, etcétera- y, sobre todo, el sistema de señales sobre existencias deparado por los precios, cuya formación remite siempre a innumerables actos cotidianos de oferta y demanda.
¿Qué pasa si decido que tales o cuales cosas están demasiado caras o demasiado baratas? Si no traspaso la esfera personal, me abstendré de comprar o vender y todo irá bien. Si tengo poder sobre los demás, y decidir que mi voluntad es ley, puedo promulgar edictos sobre precios como empezó haciendo Diocleciano en 301, al tasar no menos de mil artículos, y advertir que los infractores pagarán con su vida. No obstante, el resultado fue un colosal desabastecimiento, y al poco una derogación tácita del precepto por desuso.
Tras alegar que "la virtud es impotente sin el terror", Robespierre volvió a intentar corregir la inflación en 1793 con su Decreto de Máximos; pero se reprodujo un colosal desabastecimiento, y como acabó guillotinado los adeptos de gobernar aterrando comprendieron que su verdadero problema no era económico, sino prevenir la reacción llamada desde entonces termidoriana (por Termidor, el mes de julio según el calendario revolucionario). Blanqui, Marx, Bakunin, Nechayev y otros se centraron desde entonces en lograr una dictadura infalible, que no llegaría hasta finales de 1917.
Aprovechando las singularidades rusas, Lenin puso en marcha el primer Gobierno moderno dispuesto a invertir la mayoría de los ingresos públicos en propaganda y represión, pauta imitada por todos los mesías totalitarios ulteriores. Pero ¿qué pasó con la economía política? Los Planes Quinquenales de Stalin y Mao montaron industria pesada matando de hambre a unos cincuenta millones de campesinos, usando cálculos moderados; sus respectivas monedas nunca fueron aceptables para terceros, y sustituir las tiendas por economatos creó una población crónicamente desnutrida, desinformada y mísera en comparación con cualquier vecino no sujeto a guías supremos.
Tanto Maduro como sus amigos -incluyendo al papa Francisco y ZP- evitan comprobar que lo grotesco y fatal es el "yo personalmente me encargué", como si el ego pudiera hacerse cargo del soma sin provocar infartos cardiacos y cerebrales fulminantes o poco menos, disparados por el propio hecho de querer tomar control. Quizá algún día tendrán la bondad de ahorrarle al indigente el regalo envenenado de decir que hacen todo por él, sumiéndole en una miseria tanto más segura cuanto fundada en omitir la diferencia entre real e ideal.
Francis Bacon nos recordó que para adaptar la naturaleza a nuestros fines es preciso empezar por obedecerla puntualmente, averiguando el detalle de sus resortes, y Richard Feynman tuvo ocasión de aclarar el desastre del Challenger precisando que el reino físico no respeta el marketing. La NASA decidió que lanzar la nave era inaplazable, tras diversos retrasos, aunque a bajas temperaturas el caucho de las juntas pierde su elasticidad, y a la vista del mundo entero estuvo el resultado de primar las relaciones públicas.
Lo mismo ocurre cuando seguimos el lema marxista de mandar sobre la economía en vez de andar sometidos a ella, obedeciendo solo a "la voluntad consciente". Esto nos reduce a la novena parte del iceberg, única visible, cuando lo más creativo e inmortal del espíritu humano resulta ser anónimo e inconsciente. Como lo complejo no se pliega a simplezas, y cualquier fragmento de realidad es infinitamente más denso que todas las utopías juntas, nos tomó milenios comprender que el esclavo no sale a cuenta, aunque todavía pasamos por alto cuán preferible es el malvado al ignorante.
Vestido de filántropo, el segundo dirá que fue sin querer, y ustedes decidirán qué les parece un antídoto inédito para memos, arrepentidos o no. Hasta hoy nos conformamos con el obrarás bien o pagarás por el mal causado. Sugiero añadir un te abstendrás de mandar en cualquier esfera que no conozcas a fondo. Dada la gravedad del estrago causado por ignorantes imperiosos, se diría que la pena oportuna es prisión perpetua no revisable.