Quien hubiera dicho que el trantrán, los galones, el señoritismo, la falta de confianza y otras fallas más o menos potenciales iban a terminarse, cortados de cuajo por un juego cada vez más imperial, con brillos como los desplegados por el Milán de Sacchi o el Real de Cardiff, y qué estimulante pasar de la sátira al himno.
Pero ¿por dónde empezamos? Valverde no parece mala idea, porque no es tanto un interior que lo tenga todo como un antídoto para la desidia, que galvaniza hasta el plan más ladino para hacer la estatua, dejando en vergüenza a quien no le imite y revolucionando el motor. Esta tarde su fama de gran disparo pudo confirmarse al fin, tras una larga pernocta en la sequía; pero su presencia resulta tan benéfica para el equipo que algo así de relevante se daba por hecho, e incluso podía aplazarse indefinidamente.
Sigue una larga lista de héroes, que podría comenzar por Benzema si no mereciese ese o algo superior rango el partido de Hazard, en cuyo debe no está haber desperdiciado un par de ocasiones cantadas, y pasar mal alguna vez. Por lo demás, el francés puede permitirse eso y lo que quiera, porque juega el resto del tiempo como los ángeles, y metió otro par de goles. El belga, por su parte, tampoco para de exhibir recursos atacantes inéditos, ni de sembrar el desconcierto en los rivales, sobre todo cuando el juego se ha volcado hacia la portería madridista y tiene por delante medio campo con apenas dos o tres defensas, reduciéndolos a persignarse cuando sale como una flecha, seguido en segunda línea por una o dos flechas adicionales.
Sin Kroos y sin Rodrygo el Real Madrid vuelve a laminar a su adversario, un Eibar que la temporada pasada le endosó un 3-0, sin duda porque volvió a ser un equipo como aquel que tenía una formación A y B, y dejaba al espectador cavilando sobre cuál sería la más eficaz, algo donde se adivina no solo el alma laboriosa y humilde de Valverde sino la mano motivadora de Zidane, otra vez el mago sin alharacas, aunque provisto de conejos indefinidos en su chistera. El Madrid vuelve por sus mejores fueros, el aficionado lo agradece, y en la inmensa parroquia de otros continentes se renueva la leyenda del equipo señor, llamado a ganar en buena lid –sin intimidar ni fingir ni comprar voluntades-, que puso la primera piedra del grandioso negocio y espectáculo creado por la primera línea del fútbol internacional.
Para reverdecer los laureles es preciso tener el rigor defensivo del Milán glorioso, que a falta de Maldini y Baresi asumen hoy Varane y Ramos, con Courtois haciendo de candado último, sin olvidar que Mendy podrá evocar dudas como finalizador, pero no como muro a prueba de obuses en términos de elasticidad y resistencia. Cuando el contrario no ataque por su banda siempre estará Marcelo para castigarlo con su clase exquisita, y Militao para cubrir la ausencia forzosa de alguno, porque por primera vez en bastante tiempo sobran los cracks –no olviden a Odegaard-, y el vivero abunda en frutos juveniles. Por cierto, Isco hizo a mi juicio el mejor partido en mucho tiempo, contagiado por el entusiasmo de la identidad recobrada. Quizá no acabe siendo decisivo, pero hoy dejó de deambular con abulia sobre el césped.
Si él y los demás siguen levantando la cabeza, en vez de mirar y sobar el balón, toda suerte de hazaña vuelve a estar al alcance de la mano. Viva ZZ.