El España-Brasil era el partido que todos esperábamos, por el currículum de los jugadores que había en Granada sobre la cancha, así como por de los entrenadores, tanto Magnano como Orenga, y respondió a las expectativas. Por eso impresiona tanto la puesta en escena del equipo español, con un nivel de concentración altísimo pese a haber tenido enfrente a dos rivales débiles en los partidos previos, con el riesgo que ello supone cuando te enfrentas a un buen equipo de comenzar a un nivel inferior al que realmente es el tuyo. Reconozco que me sorprendió gratamente el nivel de España desde el salto inicial.
Y para llegar a ese nivel, España encontró a sus líderes sobre la cancha al mejor nivel posible. Pau Gasol hizo un partido excelso, en todos los aspectos del juego. Su lectura del partido resultó prodigiosa, eligiendo los mejores momentos para hacer cada cosa, y tirar del carro de su equipo. A nivel técnico, también estuvo maravilloso. Desde su capacidad de pase, hasta el hecho de ver a alguien tan grande clavarse en cortes para lanzar en suspensión a cuatro metros del aro, con lo difícil que eso es para alguien de su altura, o abrirse para lanzar desde el triple con tanto acierto, todo lo hizo bien.
Me gustó también la intensidad incesante del equipo, y la explosión de energía cada vez que se recuperaba un balón, castigando el balance defensivo de Brasil con Llull, Rudy o Ibaka saliendo como flechas hacia el aro contrario. Tampoco faltó acierto exterior, con Navarro sin la necesidad de acaparar demasiado juego. España estuvo prácticamente perfecta, y sólo algunos detalles, como las canastas cedidas en puertas atrás, o alguna dificultad cuando Varejao impuso más dureza bajo los tableros de Brasil, suponen un aspecto a mejorar.