Desde que vivimos agazapados tratando de defendernos de la enfermedad letal que nos acecha, el concepto de distopía ha cobrado fuerza y sentido. Todos los días hay alguien que lo menciona para describirlo como la pesadilla que por desgracia puede dejar de ser un sueño y convertirse en una realidad tenebrosa, en una hecatombe social.
Distopía es un término que alude a la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas, causantes de la alienación humana. Y la alienación es la limitación o el condicionamiento de la personalidad impuestos al individuo o la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales. Exactamente lo que está ocurriendo en España, que se dirige a velocidad de crucero hacia ese escenario de sociedad sometida a un poder omnímodo cuyo fin no es otro que limitar la libertad individual con la excusa del factor externo de la pandemia. No importa que en otros países se esté afrontando el combate contra esta atroz epidemia con criterios estrictamente sanitarios y con el único fin de recuperar lo antes posible la normalidad, sin adjetivos. Aquí se decreta un estado de alarma, que en su inicio todas las fuerzas políticas apoyaron y que fue traicionado en su espíritu para empezar a construir esa sociedad alienada a la que aspiran unas fuerzas políticas minoritarias pero imbuidas de un ánimo profundamente autoritario.
El peligro que afrontamos no es solo sanitario, no es solo de quiebra económica. Es mucho más. Se trata de una amenaza real que pretende conducir a la sociedad española hacia un escenario de sumisión absoluta al poder, que ansía instaurar un nuevo régimen aprovechándose de las circunstancias excepcionales y terribles que nos envuelven. Pero el futuro no puede construirse sobre el quebranto de la libertad de las personas; de la pobreza no se sale repartiendo miseria. La prosperidad de los países la construyen día a día los individuos que los conforman, con su iniciativa, con su libre albedrío, asumiendo riesgos, asociándose con quien deseen, creando empresas, generando empleo y contribuyendo de una manera equilibrada al bien común. El Estado es fundamental e imprescindible, pero no para doblegar y someter a las personas sino para proporcionarles un marco seguro que les permita tener un futuro próspero, como individuos y como sociedad.
Todos estamos dispuestos a hacer sacrificios, sabemos que debemos hacerlos, y los estamos haciendo. Pero no podemos aceptar que un Gobierno desleal saque provecho de la terrible situación que estamos atravesando para acometer sus proyectos alienantes. No podemos aceptar que nos engañen y nos manipulen, que nos pidan que aplaudamos a los sanitarios mientras quien debe hacerlo no les proporciona los medios materiales precisos para garantizar su seguridad, ni podemos admitir que las decisiones arbitrarias disfrazadas con justificaciones técnicas se conviertan en rutina, ni que el porvenir que nos quieren ofrecer sea el de una sociedad dependiente y subvencionada, cada vez más pobre y menos libre. La distopía que nos aguarda escondida tras la pandemia puede ser pronto una realidad si nos resignamos, si no nos defendemos, si no somos capaces de elevar bien alto el estandarte bajo el cual todo tiene cobijo, el estandarte de la libertad.