Siempre que paso por la madrileña plaza de la promiscua Cibeles me extasío ante la estúpida pancarta que cuelga de la fachada del Ayuntamiento: "Welcome refugees". ¿Cuántos refugiados asiáticos o africanos habrá en la villa de Madrid? Se podrían contar con los dedos de una mano. Realmente, los podría contratar la alcaldesa para que cuidaran el jardín de su casa de vacaciones en San Rafael. De momento, se trata de una operación de propaganda. Nadie dio la ostentosa bienvenida a los millones de inmigrantes extranjeros que llegaron a nuestro país en los últimos lustros.
La estupefacción que provoca la pancarta que digo viene a ser un símbolo minúsculo de lo que ocurre en el conjunto europeo. Primero se proclamó que "bienvenidos" todos los refugiados que quisieran. Pero luego empezaron las trabas para nuevas admisiones, al ver que el flujo de refugiados se acrecentaba. En Suecia o en Alemania ─a donde se dirige el grueso del éxodo─ han decidido deportar a miles de ellos; no se sabe con qué destino. El coste puede ser oceánico. ¿Habrá que repartirlo entre todos los socios de la Unión Europea?
La solución última resulta degradante. Consiste en subvencionar al Gobierno turco con generosas ayudas para que acoja a millones de refugiados en campos de concentración. Más parece el anuncio de un genocidio. En el más benévolo de los supuestos, se sospecha que puede ser un gigantesco fraude. No se descarta la posibilidad de que funcione como un chantaje para admitir a Turquía en la Unión Europea.
Nos encontramos ante un problema de difícil solución. Los refugiados no se dirigen a Arabia, Rusia, Irán o China, países ricos y cercanos. Tampoco llaman muchos a las puertas de Estados Unidos o Australia. Su objetivo es Europa, porque saben que en nuestro pequeño continente la munificencia del Estado de Bienestar supera con mucho los salarios que podrían obtener en sus países de origen. Arriesgan sus vidas en las aguas del Mediterráneo o en las trochas nevadas de los Balcanes. Los que sobrevivan podrán algún día reclamar a sus parientes. No buscan trabajo sino ayuda humanitaria. Nunca se había producido una emigración masiva con esa característica.
Todo es cuestión de cantidad. Europa puede admitir cientos de miles de refugiados, pero no millones, o una cantidad sin límites. Además, la acogida de las primeras oleadas significa que las siguientes van a ser todavía más numerosas. No hay Estado de Bienestar que resista un éxodo famélico de tal magnitud. Llegará también a España. Nadie sabe qué trato vamos a dar a esta pobre gente. ¿Colocaremos pancartas de bienvenida en todos los ayuntamientos?