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Un Gobierno de incapaces desacreditados

Los españoles no nos merecemos los gobernantes y gobernantas que disponen a placer de nuestro dinero.

Se repite: "Los pueblos tienen los Gobiernos que se merecen". Gran sinsorgada es esa. Resulta evidente que los españoles no nos merecemos los gobernantes y gobernantas que disponen a placer de nuestro dinero. "Socialismo es libertad". Otra tontería. En el mejor de los casos el socialismo ha clamado siempre por la igualdad y la fraternidad, orillando la libertad, una cosa más bien burguesa. Pero la cuestión que importa no va de abstracciones. Los individuos e individuas que nos gobiernan ni siquiera podrían pasar por socialistas en un examen ideológico. Para empezar, proceden de familias bien situadas, que se han enriquecido aún más con los contactos políticos. Claro que la peor incongruencia es que no son capaces de pergeñar un mínimo texto en correcto castellano. Tampoco parece que hayan leído a los clásicos del socialismo o a los clásicos sin más.

Es asombroso el contraste entre la enorme vitalidad del país en el orden económico y deportivo (no en el cultural, artístico o científico) y la inoperancia de los que ocupan la escala de mando de la política. No parece más lucido el plantel de reserva que se sitúa a la izquierda del Gobierno en espera del asalto al poder. El marbete de su partido es "Podemos", que parece más propio de un fármaco contra el estreñimiento. Unos y otros serán –algunos– doctores universitarios, pero su dotación intelectual se muestra penosa. Qué nostalgia la de los gobernantes de hace más de un siglo, capaces como eran de escribir libros y artículos de fondo, de pronunciar discursos sin necesidad de leerlos, de regentar cátedras y tribunas.

No suelen hacer mal papel los profesionales españoles al tener que competir con los de otros países avanzados. Por eso mismo da vergüenza la representación de los que mandan en España al lado de otros dirigentes en la escena internacional. Qué miseria la del Gobierno español en la crisis de Venezuela, qué falta de reflejos ante el problema de Gibraltar con ocasión del disparatado Brexit. Hay que retroceder hasta el Congreso de Viena, tras la caída de Napoleón Bonaparte, para registrar una similar incompetencia de los gerifaltes españoles en la escena diplomática.

La clave del desequilibrio que digo está en que los partidos políticos establecidos han dejado ser los buenos mecanismos de selección del personal que en su día pretendieron ser. No extrañará que entren en liza con éxito nuevas formaciones políticas, que casualmente no se llaman partidos y que llegan con otro espíritu. Su fulgurante ascenso alienta la esperanza de que el sistema político deje de ser una cleptocracia (= gobierno de los mangantes). No parece mucha exigencia.

Debe recordarse que, con la Constitución en la mano, el Gobierno de España no es elegido por el pueblo. Basta con que responda al partido que consiga una mayoría en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, la anómala situación actual es que ni siquiera se cumple tan condición. Gracias a un vergonzoso cambalache, el Gobierno que ahora tenemos no representa más que a una pequeña fracción del Congreso. Se hizo ver que se trataba de una salida de emergencia para convocar elecciones inmediatamente, pero el doctor Sánchez le ha cogido gusto al palacete de la Moncloa. Encima, el flamante presidente del Gobierno se presenta ante la ciudad y el orbe como si fuera un jefe de Estado. Quizá sea un resto inconsciente de la ocurrencia que tuvo Francisco Franco a comienzos de la guerra civil. Parece un argumento de película. Más dura será la caída, por seguir con un título del cine.

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