Naturalmente que se puede, pero con razones más que con emociones. Los españoles tenemos la obligación moral de reflexionar sobre lo que significó la larga cuarentena franquista. No olvidemos que el pueblo (ahora se dice "la ciudadanía" o "los ciudadanos y las ciudadanas") lo forman los españoles actuales y los que vivieron en otros tiempos.
Un argumento muy socorrido para defender el franquismo es que la economía prosperó con impuestos bajos y se logró un alto índice de empleo. Puede que eso fuera así en los últimos lustros, los del desarrollismo, pero los primeros fueron de una durísima prueba. Se habló de los años del hambre. Yo los recuerdo, y tantos otros de mi generación. Los impuestos bajos y el paro contenido se lograron gracias a que los salarios se mantuvieron al mínimo mientras que los precios eran elevadísimos. Ambos factores los controló férreamente el Gobierno para lograr una especie de ahorro forzoso con el que financiar la industrialización.
Los franquistas nostálgicos arguyen que, después de todo, se logró un fabuloso desarrollo económico, lo que significó pasar de una España proletaria a otra de clase media. En ella seguimos. De acuerdo, pero todo ello supuso un gran sacrificio para la población, y eso sin referirnos de momento a la ausencia de algunas libertades.
El contraargumento para defender hoy el franquismo es que, vistos los resultados, al final se facilitó la salida hacia un sistema democrático. El símbolo heroico fue lo que se llamó "el harakiri" de la última promoción de procuradores en Cortes, que decidieron disolverse pacíficamente para dar paso a un sistema de partidos. Es cierto, pero todo eso se hizo una vez que Franco fue enterrado. El hecho es que, en vida, al Caudillo no se le pasó por la cabeza retirarse, ni a la mesnada de sus hoplitas. Es decir, cedieron el paso a los partidos cuando ya no tuvieron más remedio que hacerlo.
Más convincente es el argumento de que el franquismo sentó las bases de la Seguridad Social, sobre todo en materia de sanidad y de pensiones. Últimamente se ha extendido la idea de que el Estado de Bienestar fue una idea desarrollada por los Gobiernos de Felipe González. Falso. El germen estuvo en el franquismo; en todo caso con el precedente de Miguel Primo de Rivera y los Gobiernos de Maura. Es decir, en España, como en otros países europeos, la idea del Estado de Bienestar provino de las fuerzas conservadoras. Simplemente, el franquismo se apuntó a esa tendencia.
Los franquistas nostálgicos recuerdan con arrobo la ayuda en especie (trigo) que nos concedió Perón en los años 40. Es cierto, mitigó un poco los años del hambre. Pero se oculta que Argentina recibió después el regalo de unos barcos, con el que se saldó la deuda.
Los franquistas actuales más entusiastas arguyen que durante el régimen de Franco hubo una gran seguridad en la calle y cierta libertad dentro de un orden. Bueno, suele ser la defensa que hacen todas las dictaduras. El hecho fue que la libertad de opinión estuvo fuertemente limitada. Puedo dar testimonio, y eso que mi sufrimiento fue limitadísimo, al no participar como militante en ningún grupo político. Sigo en mis trece muy a gusto.
Hay quien recuerda ciertas supervivencias ejemplares del franquismo, como la ONCE o la Renfe. Efectivamente, ahí siguen, pero son creaciones en régimen de monopolio. Más significativa es la herencia franquista en otras instituciones, como los sindicatos subvencionados por el Gobierno. Nadie parece rebelarse contra tal incongruencia.
En definitiva, cabe argumentar los pros y contras del franquismo. Lo que resulta poco presentable es que la defensa de Franco se haga para justificar el medro personal o familiar. Al menos, lo que exige la razón es que el cuadro resultante admita matices. Ninguna afirmación debe ser absoluta, incluso esta última.