Todos deseamos progresar, avanzar, mejorar. El problema está en que el dichoso progreso es una voz polisémica. Cada uno lo interpreta a su modo y todos creemos entendernos. No falla: cuando se desea "cambio y progreso", el destino va a ser el empobrecimiento general.
Mi idea es que el verdadero progreso para la vida pública española debería comprender alguno de los siguientes puntos, de una lista que podría ser mucho más completa:
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Que en la vida política, empresarial y cultural no dominaran siempre las mismas personas. Esto es, que no hubiera oligarquías.
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Que no se reabrieran más las heridas y miserias de la última guerra civil. Es decir, que la memoria histórica no fuera venganza histórica.
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Que no se concedieran más privilegios a ciertos afortunados grupos de presión. Pienso en los fabricantes y vendedores de coches, las feministas, los homosexuales, las empresas del carbón o del cine.
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Que los políticos renunciaran a los coches oficiales y otras bicocas.
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Que los políticos, después de dejar el cargo más alto, no se enriquecieran de forma desproporcionada.
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Que no se adorara tanto el éxito material de poseer bienes de ostentación.
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Que los profesores y estudiantes universitarios no se inclinaran a la indolencia con sutiles pretextos.
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Que en la televisión no destacara tanto la chabacanería.
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Que no subiera el gasto público y tampoco los impuestos.
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Que las personas con alguna relevancia pidieran perdón cuando alguna vez se equivocaran.
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Que algunos políticos y periodistas no hicieran un uso mendaz de las estadísticas y otros datos.
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Que ciertos jueces y periodistas dejaran de ser servidores de los respectivos partidos políticos.
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Que los partidos políticos abandonaran las sedes rutilantes, fueran más austeros y renunciaran a las subvenciones públicas.
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Que los políticos leyeran un poco más.
Como puede verse, las exigencias anteriores se expresan casi todas de forma negativa. Así serán de más fácil cumplimiento. Pero me temo que el progreso que se consiga va a ser parvo. Lo más grave es que, aplicando la escala anterior, los partidos políticos con posibilidades de gobernar difícilmente van a pasar por progresistas, y menos aún los de la izquierda. Lo paradójico es que son los partidos de la izquierda los que se autoproclaman progresistas. O sea, el mundo al revés.
Podríamos llegar a aceptar la curiosa contradicción del lema "Orden y progreso", que proclama el escudo del Brasil. No me extrañaría que lo aceptara también alguna formación izquierdista.
Tengo para mí que la pretensión de los socialistas y afines de pasar por progresistas es porque no saben concretar cuáles son sus verdaderas aspiraciones. Podrían muy bien desear que los españoles fueran "justos y benéficos", como enunciaron los liberales de 1812. Pero Cádiz es ahora una pesadilla.