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Amando de Miguel

Progresistas de todos los partidos

El progresismo es la ideología hegemónica de nuestro tiempo.

Si no de todos los partidos, al menos de los que se dicen "de Gobierno" porque han ocupado el Ejecutivo o van a ocuparlo. Dicho de una forma más llana: el progresismo es la ideología hegemónica de nuestro tiempo. Tanto es así que se acomoda a diferentes sistemas políticos y se aloja en diversos partidos políticos con admirable pandeo. El socialismo de nuestro tiempo es solo una de las múltiples marcas o franquicias del progresismo; no digamos el comunismo, el populismo y hasta el liberalismo o el centrismo. Cuando se acercan al poder, todas esas corrientes se nutren de la sustancia del progresismo, que es el aura más vistosa, la que deslumbra al personal contribuyente.

El proceso que digo lo anticipó magistralmente Nicolás Gómez Dávila (NGD) hace más de medio siglo. El pensador colombiano es quizá el más lúcido de todos los contemporáneos que se han expresado en lengua española. Lástima que fuera tan indolente para escribir, aunque no tanto como Sócrates. Los contenidos escritos de NGD son ristras de aforismos ("escolios" dice él), como los de Gracián y tantos otros "letraheridos" de distintas épocas. Se escriben para tener que leerlos varias veces. Él mismo sostiene que un libro verdadero es el que se suele releer.

La primera providencia para oponerse al "progresismo" dominante, dice el de Bogotá, consiste en dudar de lo que nos han vendido repetidas veces como "progreso". El cual se presenta solo como algo material y mensurable, y no como una auténtica transformación y mejora de las condiciones de vida. Por esa razón, intuye el paradójico colombiano que la idea de progreso solo sería válida para la Prehistoria. En la ya dilatada etapa histórica ya no sirve tal noción, pues la sociedad ideal quedó arrumbada al finalizar la Edad Media europea. Resuena el pensamiento de C.S. Lewis, de la escuela de Oxford.

Siguen los escolios geniales: "El progresista cree que todo se torna pronto obsoleto, salvo sus ideas". De ahí que "los imbéciles hoy, felizmente, son progresistas". Visto por el otro lado, "cuando el progresista condena (algo o a alguien), todo hombre inteligente debe sentirse aludido". La técnica del gobernante progresista consiste en inventar nuevas necesidades y nuevos derechos del hombre para que este se sienta cada vez más dependiente del gran Leviatán, que es el Estado. Por esa razón, añado yo, que es esencial al progresismo hodierno la tendencia a elevar los impuestos en su más amplio sentido. Esa es la fórmula (el progresista diría ahora "algoritmo") del famoso "Estado del bienestar"; se entiende, fundamentalmente del bienestar de los que se alojan a mesa mantel en los puestos de dirección del Estado.

Sigue el martillo pilón de NGD: "El progresista ignora que en la historia no hay nada gratuito; que hay que pagar todo". No puede percatarse de tal patente realidad porque "al pensador progresista no le importa ni el camino, ni la meta, solo la velocidad del viaje". Por eso su insistencia en reducir todos los valores a guarismos, referidos a una fecha y un país, a poder ser comparables con el mismo periodo del año anterior. Claro es que no se mide todo lo que se puede medir. Por ejemplo, en la España actual no hay forma de saber cuántos coches oficiales hay o cuántos se alquilan por las oficinas públicas. Es decir, se ignora la magnitud del parque móvil y los traslados que paga el contribuyente.

La idea cuantitativa que despliega el progresista hace, por ejemplo, que el "amor" se vea sustituido por la "vida sexual". A su vez, la nueva equivalencia se dirige hacia el enaltecimiento de todas las formas de promiscuidad; excluido de momento el incesto. Es evidente la degradación de tal proceso.

NGD sostiene paladinamente que el progresismo se manifiesta a través del cristianismo secularizado, el que ansía sustituir el Evangelio por los textos de sociología. En definitiva, "el progreso es el azote que nos escogió Dios", seguramente para castigar nuestras veleidades tecnológicas. De ahí que al "clero progresista" le fastidie "el primado de San Pedro, el misticismo de San Juan Evangelista o la teología de San Pablo". En su lugar, el cáustico de Santa Fe de Bogotá sospecha que el verdadero patrón del progresismo es el apóstol que "propuso vender la mirra litúrgica para repartir su precio a los pobres". Es decir, Judas Iscariote.

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