Tiene mucho predicamento el sentido trágico que se da muchas veces a la evolución de ciertos acontecimientos capitales. Se produce un oculto regodeo en el público cuando se nos anuncia el fin de esto o de lo otro. Pero lo cierto es que la realidad es muy tozuda y casi nada desaparece del todo. Lo que ocurre es que las viejas instituciones, los hábitos inveterados, se mantienen con otros nombres u otras funciones. Contrariamente a los lamentos sobre lo que el viento se llevó, resulta que lo viejo convive muchas veces con los nuevo. Hace más de un siglo el invento de la fotografía no acabó con la pintura. Antes bien, las dos formas de arte conviven hoy con respeto mutuo. Hace un siglo se anunció la muerte del teatro a manos de la popularización del cine. El presagio no se cumplió. Tampoco el tren sucumbió ante la generalización del automóvil. Por lo mismo, el cine no desapareció ante la popularidad de la televisión. Antes bien, gracias a la televisión y a los ordenadores ahora podemos ver más películas que antes. Precisamente, el ordenador con impresora (la pareja inseparable) pudo significar el ocaso de la imprenta, pero es porque realmente ahora se imprime casi todo por uno mismo.
Hay artículos, que fueron un día muy generales, que realmente fenecen. Por ejemplo, los sellos de correos, los talones bancarios, las letras de cambio, la ropa hecha a medida. Quizá se pensó un día que iba a desparecer el comercio de los alimentos frescos, sustituidos por las conservas o los congelados. Pero todo eso convive amigablemente en los llamados supermercados.
En el plano internacional, son abundantes las profecías incumplidas. Por ejemplo, hace más de un siglo se dijo que Brasil sería el país del futuro, en el sentido de que prometía ser una potencia hegemónica en el mundo. Todavía se sigue diciendo que Brasil será el país del futuro, y así seguirá por mucho tiempo.
Después de dos guerras mundiales perdidas, la suerte de Alemania pareció que iba a perder su antigua preeminencia. Hoy sabemos que el papel de Alemania es cada vez más hegemónico en Europa y en el mundo, aunque siga sin tener derechos a veto en las Naciones Unidas.
También se dijo que el imperio norteamericano había tocado techo. Cierto es que ya no exporta automóviles, pero la industria de las redes sociales se centra en los Estados Unidos. El país del futuro parece ser ahora China, pero su preeminencia es solo fabril o comercial. La mayor parte de los premios Nobel científicos trabajan en los Estados Unidos, aunque provengan de otros países. Mi predicción es que China no será la potencia hegemónica que se dice hasta tanto nos adopte el alfabeto.
En el plano nacional, siempre se comentó que Madrid sería siempre una ciudad administrativa, mientras que Barcelona representaría la pujanza industrial. El pronóstico no se ha cumplido. Madrid se ha convertido en la primera ciudad industrial de España, solo que con oficinas más que con fábricas. Hace una generación se pronosticó que la gran ciudad de Madrid ya no iba a expandirse más; por eso se congelaron ciertos proyectos de desarrollo urbanístico. El error fue monumental. Todavía lo estamos pagando los madrileños.