Son innúmeros los correos que recibo sobre asuntos políticos. Dado que aquí no tengo espacio suficiente para tratar todas las sugerencias, ruego a los libertarios que se asomen al Facebook o "librofaz", donde todos los días emito una opinión sobre las polémicas políticas o culturales. Pero, en fin, por lo menos trataré de replicar aquí a algunos de los estímulos que recibo sobre materia política.
Eduardo Fungairiño me envía un detallado repaso al BOE, donde se contienen las más extravagantes subvenciones en materia de ayuda exterior. De esa forma nos enteramos de que los contribuyentes españoles ayudan a costear los más peregrinos y disparatados proyectos de gobiernos muy poco democráticos. Don Eduardo cita los casos de Marruecos, Mali, Bolivia, Palestina, entre otros. Por ejemplo, está la celebración del Año Internacional de Pueblos Afrodescendientes o la conservación del patrimonio fotográfico de la República del Congo. Son subvenciones de cientos de miles e incluso de millones de euros que se conceden a esos caprichos de Gobiernos más o menos autoritarios. El resultado es el despilfarro del erario, al decir de don Eduardo. Naturalmente, estoy en desacuerdo con esa política que derrocha nuestro dinero. Más grave me parece todavía el haber sido uno de los primeros suministradores de armas para Gadafi, al que ahora nos vemos obligados a machacar. ¿Dónde están ahora los del "no a la guerra"? Seguimos con una política manirrota al tiempo que se congelan las pensiones y se reduce el sueldo de los funcionarios. Por lo menos me uno a la humilde cruzada de don Eduardo, que es la de protestar. No nos harán caso, pero alguien nos escuchará.
Pedro Campos, con su acostumbrado resentimiento, me atribuye actitudes antivasquistas y anticatalanistas, derivadas de mi nacionalismo español. Es mucho suponer. Español soy, desde luego, pero no creo sentirme nacionalista. La prueba es que me satisfaría mucho que España y Portugal se unieran y que la capital de Iberia se situara en Lisboa. Naturalmente, cada uno seguiría hablando su idioma. Entiendo que las lenguas no son propias de los países sino de los individuos. No soy partidario de que las leyes declaren la oficialidad de ninguna lengua. Adversario soy de los nacionalistas vascos y catalanes, pero, al sentirme español, participo de una gran simpatía por todo lo vasco y lo catalán. He vivido diez años en San Sebastián y casi otros tantos en Barcelona. En mis Memorias queda claro mi sentimiento admirativo por las gentes de esas ciudades. También es cierta mi animadversión hacia los resentidos de esas dos regiones o de cualesquiera otras. Lo mío es razonar, opinar, analizar. Por tanto, no tolero que don Pedro se refiera a mis "pseudo razonamientos". Simplemente, serán razonamientos distintos a los suyos. Por ejemplo, los firmantes del famoso Manifiesto de 1981 acertamos en los pronósticos sobre Cataluña, para desgracia de esa región o nación, quiero decir de sus habitantes, no de los que mandan. Don Pedro se identifica con los mandamases; yo, tampoco. Don Pedro cultiva el resentimiento; yo me atengo al sentimiento.