El "cambio climático", tal como se emplea en la manida expresión, es una superchería, un pretexto para justificar el intervencionismo del Estado, un disfraz retórico del progresismo.
Por definición, el clima siempre es algo cambiante, cíclico, producto de los movimientos de la Tierra y de otros astros cercanos. Se puede rastrear una tendencia secular al calentamiento de la Tierra, al menos desde el siglo XVIII y para el hemisferio Norte. Es una respuesta a otra fase anterior, igualmente secular, de enfriamiento. Eso es tan seguro como la sucesión de las estaciones, del día y de la noche. En una pequeña parcela como la Península Ibérica es más cierto que ahora nos encontramos en la fase del calentamiento. La creencia de que el calentamiento de la Tierra se debe a la actividad humana es una es una expresión se soberbia de la especie, de idiocia intelectual.
El hecho de que la Tierra se encuentre en fase de calentamiento (más en unos lugares que otros) no significa que tal tendencia sea en sí misma desastrosa. Por un lado, avanzarán los desiertos, pero, por otro, las tierras frías se harán más benignas y productivas.
Caben dudas sobre el efecto de la presumible desforestación en todo el mundo. Desde luego en España parece que cada vez hay más masa vegetal, por lo menos a lo largo del último siglo y medio. Es consecuencia del aumento de agua embalsada, del retroceso de la ganadería extensiva, del abandono de muchas tierras antaño roturadas. Podría ser de algún valor la minúscula experiencia del paisaje que diviso ahora desde mi ventana. Desde hace varios lustros he ido viendo cómo se ampliaba la masa verde que vislumbro desde mi casa en la Sierra madrileña. El testimonio sobre el paisaje de la zona lo he encontrado en Pío Baroja: hace más de un siglo en estas tierras destacaban los peñascales, las zonas áridas. Ahora, claramente, dominan los árboles y arbustos. Cierto es también, de acuerdo con mi modestísima experiencia, que por estos pagos ahora hay menos pájaros, insectos y otros bichos que cuando yo llegué aquí hace 20 años. Es evidente que, durante mi infancia y adolescencia, en todas las casas y locales se registraba una gran población de moscas, mosquitos y otros insectos. Esa población ha menguado mucho, y en ese caso sí ha sido como un efecto de la actividad humana. Claro que, fuera de los entomólogos, no es algo que nos preocupe mucho.
Lo que debemos preguntarnos es por qué, a pesar de todas las evidencias, los humanos actuales (no solo los españoles) se encuentran aterrados por el cambio climático. Las creencias que amedrentan a la población cumplen la función de proporcionar pingües ingresos a los que las propagan. Y si no, que se lo digan a los papás de Greta, la famosa niña sueca que ya no tiene que ir al colegio, o a los poderosos clanes ecologistas que circulan por todo el mundo.
El hecho es que, de una u otra forma, siempre han proliferado las creencias o fantasías que provocan miedo en la gente común. Son una manifestación del despotismo, que siempre ha existido. Ahora se extiende más y mejor gracias a la globalización de los medios que transmiten imágenes, noticias y opiniones.
Recuerdo divertido el temor que se produjo en la opinión pública de hace medio siglo con la profecía de sesudos científicos. Nada menos que hacia el año 2000 se habrían agotado los yacimientos de petróleo en todo el mundo. El error fue de bulto, pero nadie ha pedido perdón.
Me desdigo del titular de este artículo. Claro que es posible luchar contra el cambio climático. Se hace con creciente alegría a costa del sufrido contribuyente, que ahora llaman "ciudadano" para disimular. Pero en la guerra que digo me declaro pacifista, objetor de conciencia.