Muchas discusiones sobre ideas o sentimientos se resuelven con el recurso a "No es lo mismo..." o "No tiene nada que ver...". Son cláusulas retóricas, pero se impone comparar.
Algunas veces se compara la expectativa que tiene una persona (derivada de los usos y convenciones) con la realidad, la respuesta de otras personas. De ahí puede nacer la extrañeza. Gabino Fernández Baquero abre su comentario con esta famosa frase de Cicerón: "Ubinam gentium sumus?". Es decir, "¿en qué país estamos?". Lo dice don Gabino a propósito de una visita que tuvo que hacer días atrás a un notario. El fedatario público lo recibió vestido con una camisa floreada y pantalones vaqueros; desde el principio lo trató con un campechano tuteo más propio de la barra de un chiringuito playero. Lo del tuteo ya no me extraña. Sobre todo en el gremio de las enfermeras, todas te reciben con un familiar tuteo, aunque no te conozcan. A veces es el lenguaje informal lo que llama la atención. Me cuenta mi mujer que el otro día fue a comprar un abono para las plantas. El dependiente de la floristería le colocó el producto con este argumento: "Señora, le aseguro que este abono es cojonudo".
José María Navia-Osorio comenta una entrevista que me han hecho para algunos periódicos. Ante la pregunta de si los políticos españoles se hallan suficientemente preparados, contesto que las personas más preparadas deben reservarse para más difíciles funciones, como la ciencia o las profesiones. A los políticos les basta la honradez y un mínimo de preparación. Don José María dice que le "horroriza cuando un político habla de hacer un esfuerzo presupuestario", cuando el esfuerzo lo hace el contribuyente. No obstante, redarguyo, el político tiene algo de razón, puesto que con un cierto ahorro presupuestario deja de hacer favores a sus amigos y conmilitones.
Hay veces en las que el uso forzado de ciertas expresiones nos da nuevas luces para entender su significado. Ismael Medina Rincón comenta que en Málaga se oye la expresión "dar de leer" cuando un adulto se sienta con un niño a tomarle la lección del colegio. La cosa es un poco retorcida, pero, como dice mi comunicante, "es lo que hay".
Jesús García Castrillo juega a arbitrista y propone que se divida el territorio catalán en dos mitades: en una irían los que prefieren la independencia y en la otra los que desean seguir en España. Me suena al experimento que se hizo con Pakistán y la India. Ha sido un continuo quebradero de cabeza. En Pakistán se vive con continuas restricciones eléctricas pero con armas nucleares. Ya sé que Cataluña no es lo mismo. Nada es lo mismo.
José L. Martín Tordesillas tiene un completo proyecto de Constitución. Asegura que él y yo coincidimos en que la independencia de Cataluña debe ir precedida de un referéndum en el pudieran votar todos los españoles. Últimamente he cambiado de opinión gracias a la crítica de Santiago Abascal (hijo). No es razonable someter a referéndum la esencia de la nacionalidad española, que se ha ido haciendo a través de muchos siglos de Historia. Dejemos el referéndum más asuntos más contingentes.
Agustín Fuentes, tan discutidor, arguye que letanía y mantra no son la misma cosa. En su opinión, el mantra es un requilorio. La estamos liando. Yo utilizo letanía o mantra como términos intercambiables en su sentido corriente, como salmodias o retahílas que se repiten de forma más o menos ritual. El requilorio es un adorno excesivo, barroco. El mantra (término hindú) y la letanía (término griego) se componen de elementos muy sencillos que se repiten. Para mí son solo alegorías religiosas.
Antonio Grande se extraña de esa moda que hay ahora de llamar a ciertas personas por el apellido de la madre, como el señor Zapatero, el juez Marlasca o el terrorista Bolinaga. No es tan extraño. La regla es que, al tener dos apellidos, elegimos el más sonoro, el menos corriente o el más fácil de pronunciar para designar a un personaje. Pero es algo que se ha hecho siempre. Velázquez no es De Silva y Picasso no es Ruiz. A veces se impone el título nobiliario, como Romanones. Otras veces basta con el nombre propio, como José Antonio. Puede que sea una regla no escrita que despiste a los extranjeros, pero ellos pueden tener también sus manías. Por ejemplo, las mujeres alemanas casadas pasan a tener el apellido del marido. Hay una notable excepción. Angela Merkel se llama realmente Angela Sauer, pero sauer en alemán significa "agrio", por lo que la cancillera decidió conservar el apellido de su primer marido.