Me resulta cansino el registro continuo de la degeneración del lenguaje público, el de los que se asoman a los medios de comunicación sin más títulos que los cargos oficiales. Cierto, hay algunos que se expresan como los ángeles, pero destacan muchos más los palabreros. Habría que exigir un cierto refinamiento en el habla pública. Todavía hay políticos que leen lo que tienen que decir en los debates del Congreso de los Diputados cuando replican desde su escaño.
Se agradece el esfuerzo de muchos de estos hombres públicos (se incluyen las mujeres públicas) por adornar la prosa con metáforas y otros elegantes tropos. El fallo está en que se pegan con demasiada insistencia a un detenido ramo de figuras del lenguaje. Por ejemplo, es común el recurso a lo que podríamos llamar ‘metáfora náutica’, que siempre da prestigio. El repertorio es así de florido: calado, deriva, rumbo, singladura, olas, mareas, hoja de ruta, mar de fondo, carga de profundidad, aviso a navegantes. Bien están todas esas alusiones marineras, pero su reiteración puede llegar a cansar. Recuerdo que metáfora equivale en griego a trasladar una cosa de su sitio. Hay que hacerlo con cuidado porque las palabras son frágiles. Sobre todo, no hay que aburrir a la audiencia.
Claro que lo malo es traer a colación construcciones léxicas que cojean, por mucho que se repitan, incluso con ínfulas de dómine ilustrado. Así, rechinan solecismos tan insistentes como "lo cierto y verdad", "bajo mi punto de vista", "en un momento determinado", "en tanto en cuanto", "de alguna manera". Creo que todos confundimos alguna vez el debe ser (obligación) con el debe de ser (probabilidad), pero convendría corregirse y dar a cada uno lo suyo. Lo más probable que suceda no es siempre lo más conveniente.
Comprendo que la lengua es cosa viva, por lo que se impone la necesidad de nuevos vocablos y al tiempo se arrumban otros inservibles. Cuidado que a mí me gusta la voz deciduo para calificar el hecho de que un árbol de hoja caduca se quede pelado en invierno. Pero ningún contemporáneo se atreverá con tan hermoso voquible.
Lo que me fascinan son los neologismos intencionados, esto es, los que se introducen por vergüenza o temor de utilizar las palabras equivalentes. Juan Ramón Jiménez exclamó: "¡Naturaleza,/ dame el nombre exacto de las cosas!". He aquí un modelo de plegaria para todos los que tienen algo que decir. La exactitud quiere decir que no hay dos palabras con igual sentido. Cada uno de los sinónimos presenta un matiz distinto. La gracia consiste en saber apreciarlo.
El último neologismo intencionado es el de ‘resignificación del Valle de los Caídos’. Traduce el propósito que tiene el Gobierno de eliminar del todo la simbología política del Valle de los Caídos. ¿Qué harán con las magníficas esculturas de los ángeles con espadas que figuran en el atrio? Responden a una famosa imagen de la oratoria de José Antonio Primo de Rivera. ¿Exhumarán también su cadáver? ¿Desalojarán a los monjes de la abadía? Va a ser difícil eliminar las estatuas de los evangelistas y más aún la de la imponente cruz. ¿Qué diablos querrá decir lo de "resignificar"? Se me ocurre que, junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera, entierren los restos del famoso anarquista Buenaventura Durruti, al que le dieron un tiro el mismo día que al fundador de Falange Española. Eso sí que sería reconciliación simbólica.
Acabo de ver en diferido la encerrona que hizo un capitoste de TVE a Santiago Abascal en forma de entrevista. El periodista le endilgó una batería de preguntas, que parecían más bien del estilo de un fiscal ante el juez. Lo que me maravilló fue que el entrevistador confundió el significado de legal con el de legítimo. El entrevistado se lo aclaró gentilmente. La distinción tenía que haber estado clara desde primero de carrera de Periodismo.