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Amando de Miguel

La vergüenza del himno nacional

La bandera y el himno no representan al jefe del Estado, ni siquiera a la Administración Pública, sino a la Nación.

La bandera y el himno no representan al jefe del Estado, ni siquiera a la Administración Pública, sino a la Nación.
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Casi todos los países del mundo (unos 200) cuentan con un himno nacional, letra y música. Los respectivos habitantes suelen escuchar esa pieza con veneración en momentos solemnes. No es raro que se pongan de pie, en posición de firmes, para esas ocasiones. Es una conducta que nos suena rara a los españoles, digamos, normales.

Los habitantes del reino de España seguimos siendo peculiares. Resulta que nuestro himno nacional carece de letra, y, por tanto, no se puede cantar. Sus acordes suenan en las competiciones deportivas internacionales, porque así es la norma para todo el mundo. Dentro del país, el himno nacional se escucha raras veces, prácticamente, en las ocasionales solemnidades de carácter militar o institucional. Vox es el único partido político que exige, en sus mítines, la bandera y el himno nacionales. Algunas personas consideran que tal ostentación es algo así como un rito fascista. Gran error, los fascistas de verdad lo que ensalzaban eran los himnos, las banderas y las enseñas del partido único. Desde luego, la marcha real jamás se escucha en las ceremonias escolares de España, frente a lo que sucede en tantos países.

En todos los casos, los españoles nos tenemos que conformar con la ausencia de una letra digna para nuestro himno, que nos una a todos. Se han hecho varios concursos públicos para proveer de una letra oficial a la partitura, pero nunca se ha llegado a un acuerdo. Desde este humilde rincón digital, propongo que se avance hacia un texto atractivo, solemne y no partidista. Sin ir más lejos, la pieza poética bien podría empezar con estos versos: "Hay que dar un verdadero/ cambio de rumbo/ a nuestro planeta". La lírica frase la proclamó nuestro amado presidente del Gobierno en la reciente cumbre de Glasgow. Naturalmente, no hay que tomar la oración en su sentido literal, sino en el metafórico. De otra forma, se podría interpretar que el señor Sánchez está proponiendo que se altere la órbita elíptica de la Tierra alrededor del Sol. Sería una verdadera revolución, en el sentido que daba a esa palabra el genial Nicolás Copérnico. En tal supuesto, se provocaría un verdadero cambio climático de alcance catastrófico.

Una mala costumbre de los españoles actuales es la de asociar los acordes de la marcha real o el despliegue de la bandera roja y amarilla con el Rey e, incluso, con Franco. No tiene sentido tal vinculación. La bandera y el himno no representan al jefe del Estado, ni siquiera a la Administración Pública, sino a la Nación, a todos los contribuyentes. Lo mínimo que se debe exigir es que constituyan símbolos que acompañen los actos de los partidos políticos todos. Aquí se introduce la paradoja. Resulta que los dirigentes (y no pocos votantes o seguidores) de algunos partidos, singularmente vascos y catalanes, no se consideran españoles. Es una contradicción que habrá que resolver algún día. No solo eso, sino que tales partidos no españoles, lejos de ser un residuo, constituyen el apoyo imprescindible para que pueda operar el actual Gobierno. Francamente, se trata de una situación tan extravagante que no la acaban de entender los observadores extranjeros. Tampoco nos deja tranquilos a muchos españoles, acaso la mayoría. En donde se prueba que la transición democrática lo es, verdaderamente, pues no hemos llegado a ella.

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