Las costumbres políticas nos llevan a considerar las elecciones como un juego de suma cero, esto es, un partido gana y otro pierde. Pero ese esquema binario resulta inadecuado en la España actual por varias razones. La principal es que se dibuja un esquema cuatripartito a escala nacional, que sustituye al bipartidismo imperfecto de antes. En realidad, no hay ganadores ni perdedores porque todos parecen ganar algo; si no el Gobierno, sí la pertenencia a una oligarquía, un grupo privilegiado que goza de las amenidades del poder. La principal es la continua exposición en los medios. No es menor la facilidad para hacer dinero y mantener contactos con los que lo tienen. De ahí que en la España actual se pueda hablar de una tetrarquía: el poder de cuatro partidos. Ninguno de ellos es lo suficientemente destacado como para formar un Gobierno estable. Así pues, se podría hablar incluso de desgobierno de una tetrarquía. Se comprenderá ahora que, ante los resultados electorales, ninguno de los cuatro partidos principales reconozca que ha perdido. La verdad es que tienen razón: todos ellos ganan. Estar en la oposición es una forma de poder.
Lo más curioso es que los cuatro partidos en liza (PP, PSOE, Podemos y C’s) se consideran realmente como socialdemócratas. Efectivamente, les une el propósito (oculto o expreso, da igual) de aumentar el gasto público, es decir, los impuestos. La paradoja es que, pareciéndose tanto, no logren formar un Gobierno estable con facilidad. La razón es que los cuatro tetrarcas se odian y se desprecian entre ellos. A eso lo llaman "líneas rojas", pero es un odio visceral. Una sociedad cainita como la española lo ve con naturalidad. Añado: los tetrarcas se odian, pero se necesitan.
La coincidencia de los tetrarcas en que hay que elevar el gasto público (aunque puedan declarar lo contrario) se basa en un principio más falso que Judas, pero sumamente aceptado. A saber: "El Gobierno crea puestos de trabajo y puede acabar con el paro". No quieren reconocer que la tasa tan alta de paro se debe a razones estructurales que difícilmente puede alterar un Gobierno. Por ejemplo, la situación menesterosa de muchos parados se amortigua mucho por los subsidios públicos y la protección particular de las respectivas familias. Además, no son pocos los parados oficiales que realmente trabajan en la economía sumergida. Después de eso, resulta ridículo el esfuerzo de contabilizar hasta el detalle el número de parados.
La oligarquía se refuerza con el acuerdo tácito de que no se debe tocar la estructura del "Estado de las Autonomías" (extraña expresión contradictoria). Se añade otra persistencia: la de los más de ocho mil municipios que persisten en España desde hace siglos. Constituyen una extraña supervivencia. La cual se explica porque son los canales para recoger votos y recompensar con cargos a los fieles de cada partido. No se quiere reconocer que, tanto las autonomías como los ayuntamientos, son los canales más fáciles para la corrupción política. Es lo que se llama clientelismo. Mientras no se reconozca esa realidad, poco se podrá hacer en la dirección de las reformas regeneracionistas.
La estructura oligárquica se refuerza por otro punto de acuerdo entre los cuatro partidos nacionales: ninguno de ellos está por la labor de prescindir de las subvenciones públicas. Es algo que comparten también los sindicatos y hasta cierto punto las asociaciones patronales y los grupos de presión. Se entenderá ahora que el Estado nos resulte tan costoso a los españoles, a los que se consideran paganos.