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Amando de Miguel

La profanación

La profanación de templos católicos en Francia se ha convertido en una suerte de terrorismo simbólico: no ocasiona muertes, pero sí un inmenso daño moral.

La profanación de templos católicos en Francia se ha convertido en una suerte de terrorismo simbólico: no ocasiona muertes, pero sí un inmenso daño moral.

El espectacular incendio de la catedral de París ha llenado de noticias y comentarios los medios del mundo entero. Es sabido que cualquier suceso en Francia encuentra en seguida una resonancia universal. Aunque no siempre. Por ejemplo, no ha sido suficiente noticia que en Francia han proliferado últimamente los casos de profanación de iglesias católicas; no de las mezquitas o de templos de otras denominaciones. Uno imagina que Francia es el prototipo de una sociedad secularizada. Por tanto, no cabe esperar que menudeen los actos sacrílegos contra los lugares y objetos de culto católico. Pero eso es lo que ha sucedido. La profanación de templos católicos en Francia se ha convertido en una suerte de terrorismo simbólico: no ocasiona muertes, pero sí un inmenso daño moral. Lo llamativo es que tal horror nadie lo comenta en los medios. Sigue siendo un misterio qué sucesos son noticiosos.

Cuando las barbas de tu vecino… En efecto, el flagelo de la profanación de iglesias católicas ha llegado también a España. Solo que los datos no se divulgan, permanecen reservados. Los obispos de las respectivas diócesis concelebran misas de desagravio después de los casos de profanación, pero todo queda en casa. Da cierta vergüenza ajena hacer alarde de que existe tal ignominia.

El caso es que la plaga ha llegado al pueblo de la sierra madrileña donde vivo. Naturalmente, el público no se ha enterado, fuera de los tranquilos habitantes de la parroquia, ahora un tanto amedrentados. No se trata de un robo de objetos artísticos valiosos, pues en la iglesia del lugar no hay nada que pueda interesar a los codiciosos peristas. Así que nos encontramos ante un acto sacrílego en toda regla. Los ladrones descerrajaron el sagrario y se llevaron el viril, esto es, la cajita transparente y dorada que guarda la hostia consagrada para colocarse en la custodia. En cambio, los desalmados asaltantes no se llevaron el copón con las formas consagradas que se destinan a la comunión. Es claro el carácter diabólicamente selectivo del robo sacrílego. Aunque pueda parecer mentira, en esta España de tantos desaguisados, se dan casos de misas diabólicas o aquelarres en los que se utilizan, para vejarlas, hostias consagradas. Al menos este es el comentario que se intercambiaban los aterrados fieles a la salida de misa. Ya digo que todo esto no es noticia, ni acaso deba serlo, pero ahí está al menos para demostrar indirectamente que no somos una sociedad tan secularizada como oficiosamente se presume. Porque un acto de profanación implica un rescoldo de la fe perdida en el hipotálamo del sujeto. Como decía Chesterton, "cuando se deja de creer en Dios, se empieza a creer en todo lo demás". El asunto es de psiquiatras más que de jueces.

Una sociedad secularizada es la que acepta, sin demasiados planteamientos, que el pecado no existe. En todo caso, se reconoce que hay delitos y, por tanto, delincuentes, pero siempre como excepciones y a la espera de su reinserción. Pero no todo lo que ocasiona un daño grave de manera intencionada es un delito. Así pues, reconozcamos que el mal existe en esta sociedad de los que a sí mismos se consideran pertenecientes al ilustrado género Homo sapiens. Por lo menos, lo que digo debe tomarse como una hipótesis de trabajo para llegar a entender unas cuantas aberraciones, no solo la que he mencionado por mor de la cercanía. No son objeto de los debates selectivos que mantienen algunos líderes de la campaña electoral.

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