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Amando de Miguel

La miseria de la política de fomento

Bien está preocuparse de los problemas de la "España vaciada", pero son mucho más acuciantes los de la España metropolitana.

Últimamente el ministro de Fomento se dedica de manera fundamental a labores menudas de cabildeo político, por lo que la casa se queda sin barrer. No es broma, al hombre no le queda tiempo ni para afeitarse.

Habría que recobrar la gran utilidad social de las pretéritas obras públicas. Se comprende que las autoridades del gremio hayan de ocuparse de otros objetivos, como la urgente tarea de atenuar la contaminación del ambiente (no hace falta decir "del medio ambiente"). Por ejemplo, bien se podrían suprimir los vuelos nacionales dentro de la Península y el subsiguiente número de aeropuertos. Por ejemplo, el País Vasco, cuya extensión cabe en el mapa de la provincia de Madrid, cuenta con tres aeropuertos. En ese caso de la reducción que digo se podrían ampliar las redes del AVE, ahora en la popular forma del low cost. Parece razonable que el AVE pueda llegar pronto a Badajoz (paso para Lisboa), La Coruña, Gijón, Santander, Bilbao, Irún (paso para París), entre otras plazas, hoy desatendidas.

La misma política de ahorro energético nos lleva a tener que ampliar el número de embalses. Son múltiples los fines: regar los campos, abastecer a los hogares e industrias, producir energía (la más limpia de todas), dulcificar el clima y contener las inundaciones.

Tampoco estaría de más hacer que fuera constante el trasvase del Tajo hasta Almería, un proyecto que se diseñó hace casi un siglo y que continúa lánguido. Se necesita trasvasar agua del Ebro al Tajo y quizá de la cuenca cantábrica al Duero, el Tajo y el Guadiana. Los trasvases de cuencas eran antes obras faraónicas, pero son cada vez más económicas y, sobre todo, más útiles.

Está de moda la preocupación por las zonas poco pobladas, como muchas del interior peninsular, la famosa "España vaciada". Mas no hay que exagerar. No es verdad que la densidad demográfica de Teruel sea la mínima de toda Europa. Concretamente, todavía es muy superior a la de Laponia, en contra de lo que se dice. Bien está preocuparse de los problemas de la "España vaciada", pero son mucho más acuciantes los de la España metropolitana. Por ejemplo, la conurbación madrileña anda necesitada de muchas obras de infraestructura, precisamente porque su población aumenta más que el resto del país. Resulta perentoria la necesidad de cerrar la M-50 o de construir una vía subterránea paralela a la carretera de La Coruña. Son solo algunas ilustraciones.

La reforma más urgente de la organización de la población sobre el espacio es la de reducir los más de ocho mil municipios actuales a menos de mil. Es un proceso equivalente al que se ha llevado a cabo en otros países europeos, pero que aquí ha quedado preterido, como tantos otros. Ya de paso, convendría asignar nuevas competencias a los nuevos municipios, ahora reservadas a las mal llamadas "autonomías". Por ejemplo, muchas de las relacionadas con las de sanidad y educación. Tampoco estaría de más que tal descentralización fuera compatible con el necesario control de los actuales servicios públicos. Por ejemplo, todos los españoles tendrían el derecho a instruirse en la lengua común, que es el castellano. No parece una pretensión excesiva, pero no se cumple en algunas regiones.

El nuevo y necesario diseño municipal implica una estructura de transporte público mucho más eficiente de la que hoy existe. Sería la mejor forma de atender a las necesidades de la "España vaciada". Los espacios que se vacían de población son consecuencia del abandono necesario de la agricultura y la ganadería tradicionales. Deben ser la ocasión para seguir reforestando, con mucha mayor decisión, el territorio de la España interior.

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