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Amando de Miguel

La inteligencia artificial de las leyes

No es fácil imaginar qué pueden hacer los políticos en lugar de concentrarse en la manufactura de leyes, tan interiorizada tienen esa identificación.

Resulta un tanto ingenua, a la par que utópica, la pretensión de que las leyes favorecen siempre el presunto interés general (que nadie sabe cómo se come tal abstracción). Eso podría ser en algunos casos, sobre todo en un sistema democrático. En la práctica, las leyes más sabias suelen beneficiar a unos individuos o grupos más que a otros. Es más, en ciertos supuestos parece más conveniente que las leyes no se cumplan a rajatabla. Por ejemplo, durante los últimos lustros del franquismo, algunos críticos consideraban que seguía siendo una dictadura, pero atemperada por el general incumplimiento de muchas disposiciones legales. La verdad es que el régimen de Franco no cedió el paso a una democracia mediante una revolución, ni nada parecido. Simplemente, se aplicó la máxima del artífice de tal metamorfosis, Torcuato Fernández Miranda: "De la ley a la ley". (Bien lo sabía él, que había sido secretario general del Movimiento sin ser falangista). En efecto, eso fue lo que sucedió y se llamó Transición, una etiqueta desconcertante, pues nunca se dijo hacia dónde conducía o cuándo iba a terminar. Las últimas Cortes del franquismo se hicieron el harakiri para dar paso, gentilmente, a un sistema de partidos políticos. Fue lo nunca visto en esta tierra de guerras civiles.

Una de las inveteradas tradiciones de la política española de todos los tiempos ha sido la de entenderla como una persistente aprobación y derogación de normas legales. Eso fue así durante la II República, el régimen de Franco y la Transición. La actual ley de memoria democrática se propone demostrar que el franquismo nunca existió, o, por lo menos, no ganó la guerra civil. Es un notable ejercicio de imaginación o de cinismo.

El sesgo que digo podría ser una secuela de la desproporcionada presencia de los abogados en la vida pública. Sin embargo, esa misma creencia en la política como máquina legislativa la comparten los políticos que no han estudiado Derecho. A todos les acomete el ansia incontenible de publicar en el BOE (Boletín Oficial del Estado). Es la empresa editorial con mayor éxito de las que existen en España. Bien es verdad que la prosa utilizada no suele ser un modelo literario.

Por definición, el ejercicio de la política, con vocación de fabricante de leyes, se propone acabar con las desigualdades mil, otra forma de utopía. Solo que unas se diluyen y otras permanecen intocadas o incluso se acrecen. Véase el caso del actual Ministerio de Igualdad. En el mejor de los resultados, su acción (mejor, su actuación) supondrá la mejora de la condición social de las mujeres. Sin embargo, al tiempo, un propósito tan especializado significará que permanezcan intocadas otras muchas desigualdades. Ya de paso, no deja de ser un sarcasmo que el Ministerio de Igualdad sea una réplica (mucho mejor retribuida) de la Sección Femenina de Falange. Claro, que, si hemos de aplicar la ley de memoria democrática, ese precedente no existió.

No es fácil imaginar qué pueden hacer los políticos en lugar de concentrarse en la manufactura de leyes, tan interiorizada tienen esa identificación. Para empezar, no estaría mal que estos licurgos se esforzaran en hacer cumplir la normativa vigente, aunque encontraran no pocas disposiciones contradictorias. La fase más difícil y creadora es la de lograr que la conducta de los contribuyentes se apreste a transformar la vida colectiva. El cambio debería ser en la dirección del orden y progreso, pero con el respeto a las tradiciones y con una sabia asimilación de las novedades. Citaré una ilustración mínima. Sería de los más beneficioso lograr que millones de españoles se apartaran de las drogas alucinógenas y se esmeraran en su educación y trabajo. Para ello no hace falta emborronar más páginas del BOE. Simplemente se necesita una cohorte de políticos con verdadera vocación de transformar las condiciones de la vida colectiva, ahora tan inestable. No deberíamos hacer mucho caso a las sesgadas estadísticas sobre el desempleo. Importan mucho más las inexistentes de cuántas personas se sienten insatisfechas con la instrucción recibida, la que tienen que aplicar en su trabajo. Lo cual conduce a un problema más agudo e inefable: el malempleo. Este es, ahora, uno de los temas de nuestro tiempo.

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