Recibo un entrañable correo de Hug Banyeres, ya conocido de los libertarios asiduos. Me trata de "entendido presuntuoso, que no estudioso, [que] está perjudicando la lengua castellana, que conocemos mejor los catalanes que ustedes". Francamente, no sé a quién se refiere con ese "ustedes"; no sé si son los sociólogos o los castellanos. Pero el mosén insiste: "Usted es un peligro para la lengua castellana, y para cualquier lengua". Pone como ejemplo lo inadecuado que es construir neologismos mezclando una raíz latina con otra griega, como en la voz "Sociología". Pero yo no he compuesto esa palabra. Fue don Augusto Compte. Por otra parte, hay en nuestra lengua cientos de neologismos construidos con una mezcla de una raíz griega y otra latina. Pero esa no es la cuestión. Don Hugh se atreve a suponer: "Es muy probable, seguro, que usted no lee los poetas castellanos". Bueno, tengo amigos que son admirables poetas castellanos, y yo mismo he compuesto algunos ripios. La última novela empieza con un endecasílabo, como una especie de homenaje oculto a Cervantes. Claro que lo mío es propiamente la prosa. Leída por don Hugh (supongo), el hombre concluye: "Lo suyo suele ser insulso, chabacano, chocarrero e incluso rastrero". En conclusión, "en adelante dejaré de contactar con usted". Es un alivio.
Supongo que algún libertario descreído supondrá que esa figura de don Hug me la he inventado yo para dar dramatismo a esta seccioncilla. Juro que no es así. El mosén leridano existe, aunque tenga nietos. Después de diez años en este rinconcillo de Libertad Digital, aseguro que son reales los nombres y los textos de los corresponsales que aquí he convocado. Lo digo porque A. Rodríguez, en su último y misterioso correo, duda de la existencia de Pedro Campos, otro de los que me insultan a placer. Insisto en que aquí no hay personajes de ficción. Cierto es que don Pedro Campos me da mucho juego, como supone don A. Rodríguez, pero el catalán existe. Por lo menos, recibo ardientes correos de su ordenador. La línea es muy parecida a la del mosén leridano. Los nacionalistas catalanes entienden que yo soy un ignoramus en materia lingüística. Acaso tengan razón, pero no se trata de evaluar mis conocimientos sino de golpearme en donde más me puede doler. Ese es el insulto, un género tan frecuente que forzosamente hemos de reconocer que cumple alguna función. Y aún algunas. Por ejemplo, el que insulta se describe a sí mismo, más que nada porque necesita destacar, llamar la atención en su insignificancia. Por otro lado, la función social del insulto es que desplaza la violencia física. Por ejemplo, contrariamente a lo que se cree, la sociedad española es poco violenta porque el idioma común es muy propicio a los insultos variados e imaginativos. Lo contario se puede decir de los Estados Un idos.
Siempre he creído que el delito de injurias no debería existir, salvo que incitara a la violencia física, al daño real. Lo digo porque alguna vez he sido procesado por ese delito y en otra he sido condenado a seis meses de prisión por el mismo expediente. Así que respiro por la herida. Por cierto, qué bonita expresión, la de respirar por la herida. Un antiguo profesor de Psicología que tuve en la Universidad de Columbia, al explicar el fenómeno del resentimiento, se maravilló de que en español pudiéramos "respirar por la herida". Solo un pueblo de envidiosos recalcitrantes puede llegar a esa excelsitud léxica. Reconozco que soy un envidioso, de los tímidos, pero sobre todo gozo con dar envidia a los que desearían ser como yo. Por fortuna, la ley cristiana condena la acción de tener envidia, no la de darla.