
En los años finales de la II República, el líder de la oposición, José Calvo Sotelo, clamó a la desesperada: "Prefiero una España roja a una España rota". El hombre fue asesinado por los escoltas del Gobierno rojo. Estas cosas son también memoria histórica. Conviene saberlas porque, 80 años después, se nos amenaza con repetir algunos rasgos de entonces; como farsa, claro. Por lo menos ahora no hay violencia sobre las personas, aunque sí sobre las cosas. No se asesina; se roba.
Planea ahora igualmente la posibilidad de un Gobierno rojo (aunque se le llame progresista y populista), aliado con los separatismos de izquierda y de derecha. Si no es en las próximas semanas, no tardará en llegar. Recuerdo mi presagio de hace un par de años sobre el asalto al poder de un movimiento totalitario, elección tras elección, tal como sucedió con Hitler. En ello estamos. En 1936 los comunistas (un partido nuevo entonces) se impusieron sobre sus aliados, los veteranos socialistas. Tres generaciones después los totalitarios populistas se van comiendo a los socialistas y a lo que queda de los viejos comunistas.
Lo anterior sería solo un episodio si la conjunción actual de socialistas y populistas no se aliara con los separatismos. Se instalan no solo en Cataluña y País Vasco (más Navarra), sino que se amplían a Galicia, Valencia, Baleares, Canarias, y quién sabe si no se extenderán a otras regiones. Hasta en mi tierra zamorana hay ahora nacionalistas; supongo que pretenden la secesión con salida al mar. Ya se sabe, el nacionalismo termina siempre en irredentismo (anexionar a los vecinos). Da igual, España se encuentra ya virtualmente troceada. Es decir, ya no lo es propiamente, al menos si nos fijamos en la aceptación de sus símbolos como nación. Se ha impuesto en todas partes la terminología nacionalista de España como Estado.
No todos los que se sientan en el Congreso de los Diputados intentan representar al conjunto de los españoles. El desaguisado solo beneficia a ciertas minorías locales, que se alzan con el poder en sus respectivas ínsulas. Pierden todos los demás españoles ¿Cómo es posible un resultado tan irracional? Porque es real. Del mismo modo, lo malo no es una banda de descamisados como la de Podemos; lo peor es que recibe millones de votos.
Teóricamente la nueva política que ahora se inaugura viene a remediar los males de la crisis económica y la corrupción. En la práctica traerá más desigualdad, más impuestos, más paro y más corrupción. "La segunda transición", dicen, pero es porque nos vamos a quedar transidos. Ahora sí que no nos va a conocer ni la madre que nos parió.