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Amando de Miguel

Juegos de gana-pierde

Hay también situaciones en las que, dispuestos todos al juego correspondiente, resulta la sorpresa de que al final todos pierden.

La vida es también un continuo y simpático juego de gana-pierde. Da un especial placer salir airoso de alguna situación comprometida o dificultosa, pero se oculta que, de resultas, hay otro que puede salir perjudicado. Ejemplo eminente es la lotería o cualquier otro juego de azar o de envite. Quien se lleva la ganancia asiste gozoso al resultado, que suele considerar merecido. Pero no tiene compasión de los muchos que han perdido para acumular el premio. No recuerdo ningún comentario realista de los medios sobre la Lotería de Navidad, que es la más popular, y en la que, por cierto, es mínima la probabilidad de recibir un premio mayor. El realismo sería calcular cuántos impuestos deben pagar todos los que compran décimos hasta sumar el importe que reciben los agraciados. Nótese que no se trata de un hecho fortuito, sino, al contrario, de un dispositivo perfectamente acordado y previsto. La idea es que la pérdida de muchos signifique la ganancia de unos pocos. Naturalmente, el más afortunado es el Fisco, que no arriesga nada y solo recibe beneficios. Bien lo pensó Carlos III al establecer la Lotería Nacional, desprovista de trampas, y atenta a la felicidad de sus súbditos.

Hay muchas más situaciones de juegos de gana-pierde. Por ejemplo, las del deporte profesional en España, singularmente el fútbol. Por definición, en la liga de partidos solo puede ganar un equipo. Si encima es con el que se identifican los aficionados, la satisfacción para ellos es máxima. Relegados quedan por el momento todos los que no han ganado. Podrán medrar en otra ocasión; ese es el juego. En el entretanto, la sucesión de los encuentros futbolísticos significa una acumulación extraordinaria de emociones. "Viva el Betis, manque pierda".

Muchas noticias sobre la política, la economía, el tiempo atmosférico, la marcha de la sociedad toda, llevan implícita la fórmula del gana-pierde. Diríase que la satisfacción verdadera no está tanto en el resultado como en el hecho mismo de experimentar el trámite, esto es, dejugar.

Pero los juegos no son siempre de gana-pierde. Aunque no parezcan tan dramáticas o tan emotivas, son innúmeras las relaciones interpersonales en las que ganan todos los participantes. Es el caso de una buena vida familiar, las amenas conversaciones entre amigos, incluso una jornada laboral sin especiales tensiones. Simplemente, todo el mundo se siente más o menos satisfecho. El ejemplo típico es el de la compraventa de cualquier cosa. Lo normal es que tanto el comerciante como el consumidor terminen contentos. Pensemos en el supuesto extremo de las rebajas, ahora tan frecuente en todo tipo de tiendas. Lo que ocurre es que, al ser algo rutinario, no nos percatamos bien de la atmósfera de bienestar en la que se desenvuelven muchas relaciones interpersonales.

No acaban aquí las cosas. Hay también situaciones en las que, dispuestos todos al juego correspondiente, resulta la sorpresa de que al final todos pierden. Piénsese en el caso de una huelga mal planteada en un servicio público. No solo termina perjudicada la empresa, sino también los trabajadores y los usuarios del correspondiente servicio. Algunas situaciones políticas, como la del Brexit inglés o el independentismo catalán, respiran por la misma herida: el vago temor de que todos vayan a salir perjudicados. Solo cabe la satisfacción general de todos los juegos: mientras se desarrolla la pelea, da la impresión de que por lo menos nadie se aburre.

Una sociedad sana es la que procura que la mayor parte de las relaciones sigan el modelo ideal de que todos ganen o, al menos, el deportivo del gana-pierde. Es decir, la posible pérdida no debe ser onerosa y se le reconoce una nueva oportunidad para poder ganar. No otra cosa es, por ejemplo, las elecciones políticas bien llevadas, sin muchas trapacerías. Por cierto, sería muy juicioso que las elecciones fueran siempre en una fecha determinada, sin posibilidad de adelantarlas. Eso es así en los Estados Unidos, y les va bien.

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