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Amando de Miguel

Huir de casa

Los hijos quieren seguir viviendo todos los años que puedan en el domicilio de los padres. Si se combina con una total libertad, es una fórmula maravillosa para la economía… de los hijos.

No quiero volver a relatar la manida anécdota del marido que dice bajar a comprar tabaco y ya no vuelve a casa. Es solo una extravagancia y, además, es posible que ya no se pueda comentar por el riesgo de caer en el delito de machismo. No tiene perdón de Dios.

Me refiero a una circunstancia más general, cotidiana y mucho menos dramática. Simplemente, mucha gente entiende que el hogar se enfría, atosiga vivir continuamente entre las mismas cuatro paredes. Nótese el gran atractivo que supone hacer escapadas durante los fines de semana o los puentes para viajar a cualquier sitio, para alejarse del domicilio habitual.

Una costumbre con cierta solera se generaliza cada vez más: comer de restaurante o equivalente. Lo curioso es que el gran atractivo de bares y figones es ofrecer comida casera, como si hubiera un cierto regusto o nostalgia por los platos de cuchara. Puede que, como las mujeres trabajan fuera de casa y los varones no cocinan, en el hogar propio se tire mucho de platos preparados, que, naturalmente, cansan. El hecho es que bares y restaurantes están más llenos que nunca. En otros países el menú del día se reproduce todos los días del año, cosa rarísima en España. Además, aquí en el menú del día se puede elegir entre varias opciones.

Más radical es la costumbre burguesa, ahora ya de clase media, de contar con una segunda residencia, añadida al domicilio usual. El término es demasiado pomposo. Teóricamente sirve para que las vacaciones salgan más baratas, pero a la larga todo resulta más caro. La razón es que la segunda residencia no suele ser más que un pisito mal amueblado, que se utiliza cada vez menos. Sobre todo, los hijos desean más variedad en las vacaciones. Así que la fórmula significa realmente que la casa de siempre se hace bastante incómoda, porque se invierte poco en el mantenimiento y mejora. Además, la vivienda de vacaciones apenas se utiliza. Al final, lo que verdaderamente se estila para las vacaciones es irse de crucero o a un hotel lo más alejado posible del lugar de residencia habitual. En síntesis, se hace muy poco aprecio a la casa de uno.

Una moda última es el teletrabajo, es decir, trabajar en el domicilio a través de la comunicación informática. Parece que suena bien, pero muchos españoles acaban hartos de estar tanto tiempo en el mismo local. Echan de menos el cafelito con los compañeros de trabajo que se acostumbraba en la situación tradicional. Además, si los dos cónyuges permanecen mucho tiempo en casa, sea por el paro o por el teletrabajo, aumentan las probabilidades de riñas. Total, que se añora la oficina tradicional. Se descubre que lo bueno del trabajo estaba precisamente en tener que salir de casa.

Luego está la presión social para que todos seamos propietarios de una vivienda, aunque solo sea la principal. Es una vieja ilusión de todos los programas políticos. Bien, ya lo han conseguido, aunque pueda ocurrir que se haga cuesta arriba pagar las cuotas de la hipoteca. ¿No habría sido mucho mejor la fórmula del alquiler? En ello estamos, pero de momento se arrastra una altísima proporción de viviendas en propiedad. Lo cual dificulta la movilidad de empleos, pues ya es raro que uno trabaje toda la vida en el mismo lugar con idéntica profesión o categoría.

Tampoco es que sea deseable esa locura de muchos norteamericanos, que viven a salto de mata, cambiando de domicilio todos los años o, peor, malviviendo en una especie de vivienda rodante. No llegaremos a eso, porque aquí "el casado casa quiere", a poder ser para que dure varias generaciones. Pero habrá que convivir con el riesgo del hartazgo que supone seguir toda la vida en el mismo domicilio.

En Estados Unidos se produce la tendencia a que los hijos abandonen pronto el hogar de los padres. Es casi una obsesión. Aquí tenemos el uso contrario: los hijos quieren seguir viviendo todos los años que puedan en el domicilio de los padres. Si se combina con una total libertad, es una fórmula maravillosa para la economía… de los hijos. Otra cosa es lo que piensen los padres.

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