La consecuencia inmediata de la pandemia china es una especie de escasez crónica, algo así como la que experimentaron los españoles (casi todos) hace ochenta años. De momento, en España la pandemia da los últimos coletazos, que ahora se llaman "rebrotes". Bien es verdad que se trata oficialmente de "rebrotes controlados". Es decir, se decreta el final del confinamiento de la población, pero solo se mantiene para el círculo de los habitantes afectados por los rebrotes de naturaleza local. Lo que ocurre es que las autoridades (sanitarias, por supuesto) no tienen ningún control de dónde pueden aparecer los rebrotes. Da la impresión de que se producen al azar, en todo caso en lugares que se habían librado mejor de la incidencia de la primera ola epidémica. Para empezar, la organización de la vida en época de epidemia, aunque sea disminuida, resulta muy cara. No hay más que ver el coste extra que supone adecuar los centros de enseñanza y los muchos servicios de carácter telemático. No digamos la elevación de los costes de la atención sanitaria.
La urgencia que supone la atención a los últimos ataques del virus chino nos oculta la pavorosa situación de escasez que se cierne sobre nosotros. No es consuelo que la hecatombe sea mundial. Ni siquiera la llamada Gran Depresión de los años 30 del pasado siglo tuvo un efecto tan destructivo. Ahora es que la economía, que ya es global, aparece del todo desarticulada. No estamos preparados para una economía de la escasez, con intercambios decrecientes entre los países y entre las personas de un mismo país. La mal llamada crisis económica significa la ociosidad forzada de muchos recursos humanos (paro) y de capital (aviones, barcos, fábricas enteras). No cabe la salida de la emigración a otros países; más bien, España recibirá una corriente muy nutrida de inmigrantes de los países pobres.
Ahora la situación es mucho más general y preocupante, aunque los Gobiernos traten de ocultarla. El turismo en España, junto a otras formas exportadoras, queda reducido a su mínima expresión. De nada vale la propaganda en contra.
La situación de escasez sobrevenida significa no solo más paro o más impuestos. La defensa natural será más economía sumergida y más subvenciones públicas de todo tipo, aparte de los servicios de asistencia caritativa, cada vez más frecuentados. La paradoja es que todo ello hará aumentar el flujo de la inmigración ilegal, que, a su vez, hará más perceptible la penuria económica. Se notará, por ejemplo, en el alza de precios de los artículos de primera necesidad (comida, vivienda, etc.).
Uno de los efectos inesperados de la nueva escasez será el hecho de que muchos españoles retornarán a establecerse en las zonas rurales. Será más atractivo el cultivo de la tierra, la ganadería o la explotación de algunos servicios como el turismo rural. Es un movimiento de población sobre el espacio que resulta contrario al de la tendencia secular.
La escasez significará el auge de viejas instituciones como el racionamiento de ciertas vituallas básicas o el mercado negro de algunos productos. Recibirán nuevas etiquetas más presentables, pero al final se asemejarán mucho a las instituciones de tiempos pasados.
La escasez fomenta la violencia, la insolidaridad, el egoísmo. No son esas características de la actual sociedad española, pero habrá que andar precavidos.
Una cosa es nueva. Los españoles hodiernos, y muy especialmente los jóvenes, no se hallan preparados para la economía de la escasez. Nuestros ancestros vivían tranquilamente con ella y hasta sabían sacar alguna satisfacción de la forzada austeridad. Ahora, después de un par de generaciones del desarrollo, la nueva situación se va a hacer difícil. No mejora la cosa cuando se dice que lo difícil es simplemente "complicado". La verdad es que es muy sencillo, pero arduo.