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Amando de Miguel

España ingobernable

Muchos políticos ni siquiera pronuncian con soltura el nombre de España, que es quien los amamanta.

Los partidos con presencia en las Cortes Españolas se han convertido realmente en densas redes de contactos para que sus miembros puedan gozar de la munificencia del erario. (Ni qué decir tiene que el erario es siempre público).

El Evangelio pedía: "El que no trabaje, que no coma". Pero el ideal de la dedicación política consiste en disponer de muchas comodidades sin deslomarse, sobre todo para los que han empezado en el oficio como miembros de las nuevas generaciones o equivalentes.

Muchos políticos ni siquiera pronuncian con soltura el nombre de España, que es quien los amamanta. Todo lo más se atreven a mascullar "el conjunto de España" o el más miserable "el conjunto del Estado". ¡Como si la nación española se pudiera reducir a la nómina de funcionarios!

La acción de gobernar (ahora dicen "gobernanza") se hace peliaguda cuando empieza a dominar una relación de resentimiento o de odio entre los distintos grupos parlamentarios. ¿Cómo van a dialogar o consensuar entre ellos? Lo que realmente traducen los dirigentes de la oposición es el mezquino principio de "quítate tú para ponerme yo". Se les nota demasiado que lo que desean es mandar.

Lo único que une a todos los diputados y senadores es la aspiración a incrementar el gasto público, sobre todo el número de cargos a dedo. No digamos cuando se trata de preservar los sueldos y bicocas de los parlamentarios. Se amplían generosamente las partidas destinadas a remunerar el alto personal de la Administración Pública. Se cuida mucho el capítulo de subvenciones y ayudas a los grupos de interés mejor establecidos. Lo más sagrado es la corriente de dinero público que va a los partidos, tan menesterosos ellos. Esas son las verdaderas prioridades.

Con tales principios, se comprenderá que sea harto difícil (ahora se dice "complicada") la tarea de gobernar sin subir los impuestos. Incluyo en ellos los muchos pagos que hay que hacer al erario por los servicios públicos. Es decir, un Estado poco eficiente resulta cada vez más caro a los sufridos contribuyentes(a los que llaman "ciudadanos" para mayor inri).

No habrá democracia verdadera en España hasta tanto no rija un sistema de dos grandes partidos nacionales en un único Parlamento nacional. Uno sería el Partido Liberal o Conservador, a la derecha, atento a promover la libertad en todos los órdenes (ahora se dice "ámbitos"). El otro podría ser el Socialista o Socialdemócrata, dispuesto a mejorar las condiciones de igualdad. Por cierto, la igualdad entre varones y mujeres (dícese "de género") es la que necesita menos impulso, pero es la que ahora recibe más fondos.

Los dos grandes partidos deberían sentirse igualmente españoles sin tener que expresarlo así. Más ardua parece otra obligación: renunciar a cualquier tipo de subvención pública. Las formaciones políticas deben vivir de las donaciones perfectamente controladas. En las regiones (ahora consideradas como autónomas sin serlo) se podrían establecer toda la variedad posible de partidos locales para componer las cámaras legislativas (ahora ostentosamente "Parlamentos autónomos").

Las condiciones anteriores, derivadas del sentido común, no van a ser aceptadas fácilmente. Por eso España se nos hace ingobernable.

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