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El sentimiento de amistad

Puesto que los amigos son elegidos (lo mismo que la pareja y la actividad predominante), es fundamental que los afectos priven sobre los intereses.

La provisión de altos cargos políticos se hace, a través de, la estructura de redes de amigos, que existen y se cultivan en todos los partidos. Llegan al poder los que consiguen tales arborescencias de forma más completa. Otro día, habrá que volver sobre ello. Ahora, se impone una divagación previa sobre la idea de amistad.

La amistad es uno de los valores más característicos de la sociedad española. En todas las culturas resalta la conveniencia de cultivar amigos en el “círculo íntimo”. En un adulto, es el constituido por la pareja, los parientes, los amigos, los vecinos, los compañeros de actividad, los que comparten parecidas ideas. No todas esas personas entran, propiamente, en el “círculo íntimo”, solo, las que el sujeto escoge, en cada circunstancia. El privilegio de tal selección es que puede disponer de una parte del tiempo asignado al sujeto, un valor harto escaso. Insisto en que lo privativo de la vida española es el extraordinario relieve, concedido a los amigos, en comparación con otras sociedades de la misma órbita cultural.

La amistad supone la relativa importancia del sentimiento de los afectos. No son suficientes los lazos de parentesco o de pareja. La satisfacción de la vida exige que sea compartida, anímicamente, con otras personas, pues no somos anacoretas. Esa continua demostración de altruismo se puede ejercer con muy pocas personas: los amigos. La selección de los cuales exige signos de igualdad; por ejemplo, la edad, el sexo, el idioma familiar, gustos y aficiones comunes, etc. No tienen que darse todos esos signos al tiempo. Es lógico que el requisito de la igualdad se vea acompañado de la reciprocidad.

Nos encontramos con un misterio difícil de resolver. Tanto en la selección del amor o de la amistad, no interviene, mucho, el ejercicio de la razón. Simplemente, hay algunas personas (y no otras, aunque puedan parecer intercambiables) que “caen bien” al sujeto, a veces, desde el primer contacto. Hay que confiar en el acierto de la intuición, por muchos que sean los engaños y desengaños.

Puesto que los amigos son elegidos (lo mismo que la pareja y la actividad predominante), es fundamental que los afectos priven sobre los intereses. Por eso, se requieren las dos condiciones de igualdad y de reciprocidad. Escribe el pensador colombiano, Nicolás Gómez Dávila (Escolios a un texto implícito): “Tan solo entre amigos no hay rangos” (pág. 897). Si extremáramos esa condición, se podría concluir que, en los ambientes distinguidos (sea por la posición socioeconómica, los negocios o la política), no puede haber verdaderos amigos. Es una creencia generalizada, aunque, no me convence del todo, o, al menos, me hace dudar. Puede que sea un mito tranquilizador para la gran mayoría de la gente. Es lo de “los ricos, también, lloran”.

Otro lugar común es que, ante tales exigencias anímicas, como las dichas, no ha lugar a que el sujeto tenga muchos amigos. En las actuales circunstancias de redes sociales profusas y de pandemia, se intensifica la sensación de que es posible disponer de muchos amigos… por vía internética. No estoy muy seguro, pero, si se consolidaran tales circunstancias, podría ser una interesante novedad en el mercado de los afectos.

Lo contrario de la amistad no es el odio, sino la indiferencia. Es la relación común (más o menos, educada), que mantiene el sujeto con las demás personas, incluso, los conocidos. El continuo trato personal (y, ahora, a través de la internet) es la antesala de la amistad, aunque, la mayor parte de las veces, no se pase de ese umbral.
 

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