Los escritores, comentaristas, sociólogos y demás ralea nos entusiasmamos con el cambio, el desarrollo, la modernización; es decir, los aspectos dinámicos y de mejora de la sociedad que nos nutre. Sin embargo, por debajo queda lo permanente, las constancias, aproximadamente lo que Unamuno llamaba la "intrahistoria". Es lo que hace que podamos hablar de pueblo o nación a lo largo del tiempo, aunque en cada momento nos refiramos a unas personas distintas.
Una de las constantes del modo de estar de los españoles es lo que se describe con la expresión de "quiero y no puedo", unida en ocasiones a la importancia del "qué dirán". Hace más de un siglo, el genio de Galdós lo retrató admirablemente en sus muchas novelas sobre el ambiente madrileño. Ese modo de proceder lo aplicó Blasco Ibáñez a la sociedad valenciana y lo llamó "arroz y tartana". Se trataba del talante de aparentar, del arte de disimular, del truco para hacer ver lo que uno no era.
Luego hemos visto que ese rasgo un tanto teatral del "quiero y no puedo" no era solo un producto del atraso. Metidos de hoz y coz en el desarrollismo, los españoles seguimos dando la nota con lo que se llamó para los Estados Unidos "consumo ostentatorio" o "conspicuo". Es decir, adquirimos todo tipo de cachivaches para hacer ver que somos otra cosa de lo que somos. En definitiva, consumimos sobre todo para dar envidia, aunque, precisamente por la mentalidad dominante, lo disimulamos todo lo posible. El hecho de tener envidia se considera un vicio miserable; se contrasta con el sumo placer de dar envidia. La insaciable sed de los españoles por las loterías y otros juegos de azar se explica por esa oculta punción de provocar el resentimiento de los demás cercanos.
Nada más español ahora que ir de compras a Nueva York o Londres. Los comerciantes de esas ciudades etiquetan a los españoles como give me two (= deme dos). No es que sean ricos; es que les place ostentar, aparentar, figurar. Por eso mismo los españoles hablan en un tono alto de voz y gesticulando todo lo que pueden. Resuena el famoso dictamen de Gumersindo de Azcárate, que me lo ha repetido tantas veces Benjamín Oltra: "España no es más que un conjunto de tribus con pretensiones".
La mentalidad que digo alcanza a todas las capas sociales, afecta a muy distintas posiciones. Véase, por ejemplo, en el mundillo de los escritores, el aprecio que se otorga a los ensayos con muchas citas de autores extranjeros que el autor no ha leído. O también, la inmensa afición de los profesionales que tienen que hablar en público por aderezar sus intervenciones con el recurso del power point, que nadie sabe lo que significa tal etiqueta. Es una forma de disimular el hecho de que no saben hablar en público.
No se trata solo de un rasgo íntimo o personal de los españoles del montón. El vicio que digo llega también a la política. Ahí tienen esa inmensa ostentación del doctor Sánchez al presumir de que él había conseguido un acuerdo histórico al imponer la tesis española sobre Gibraltar a los británicos con ocasión del Brexit. La verdad es que, una vez más, la diplomacia británica se ha impuesto al Gobierno español. El doctor Sánchez, infatuado, desaprovechó una ocasión única para obligar al Reino Unido a devolver Gibraltar a España. Pero el hombre no se enteró, envanecido como estaba por haber conseguido un acuerdo histórico; nunca reconocerá el ridículo que hizo. Se puede recordar el precedente del Congreso de Viena, hace dos siglos. Después de haber contribuido a derrotar a Napoleón, los españoles no obtuvieron ninguna ventaja de la conferencia que reunió a los vencedores. Una vez más y de modo solemne, se impuso el quiero y no puedo de la raza.