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Amando de Miguel

((El nuevo club de los negocios raros))

Condición inexcusable de este nuevo club de los negocios raros es que no deberían recibir ninguna subvención pública. Acaso sea esa la iniciativa más plausible y de más difícil logro.

Hace más de cien años el gran Gilberto Chesterton sorprendió a sus fieles lectores con una ingeniosa novelita, El club de los negocios raros. Me la embaulé como estudiante de Bachillerato. Se podría replicar hoy con renovadas iniciativas. Daré algunas ilustraciones para abrir boca. Para que se vea que uno también está en el menester de los emprendedores. Me lo facilita el ambiente de esta fascinante sociedad española de pícaros y rufianes.

Los negocios raros serían hoy serían los que todavía no se hallan registrados, seguramente para evitar gastos fiscales y notariales. Otra condición es que suponen nuevos modos de ganar dinero lícitamente, sin que haya que entrar en la política o en la corrupción. Se trata de imaginar otras formas de resolver problemas de la gente, al menos la que está dispuesta a pagar por los nuevos servicios.

Se me ocurre revitalizar lo que ya ha empezado a desarrollarse, pero podría ir a mucho más. Se trataría de una empresa especializada en borrar grafitis, chafarrinones y escraches de las fachadas y bardas de las propiedades privadas. A fe que podría ser un negocio suculento. Podría llegar a un acuerdo con los mismos grafiteros que emborronan las paredes que están a la vista del público. Sería una forma de proporcionarles un trabajo digno. Una especialidad más cara y ejemplar sería la de hacer florecer jardines verticales (antes decían "pensiles") en las paredes más estropeadas por la caligrafía grafitera.

Una buena iniciativa industrial sería una empresa que enseñara a manejar todo tipo de aparatos, singularmente la cacharrería electrónica doméstica. Se añadiría la consulta continua por averías y olvidos. Sería un trabajo a domicilio, basado sobre todo en una clientela de ancianos (ahora dicen "mayores"). Una actividad así podría dar un empleo cómodo a las mesnadas de jóvenes en paro que pululan por todas partes.

Otra buena idea sería la iniciativa de los medianeros familiares. Hay millones de familias españolas en las que sucede que algunos de sus miembros ni siquiera se hablan con los otros. Es sabido que el parentesco no inhibe los conflictos personales, sino que los exacerba. ¿Quién no pagaría un modesto canon para que esos medianeros familiares se encargaran de conseguir que se encontraran los parientes que no se hablan?

Otra idea igualmente productiva es la de los encuentros con famosos. La empresa se encargaría de organizar ágapes o piscolabis con personalidades del famoseo para quienes estuvieran dispuestos a pagar una pequeña contribución y codearse con ellas. La cual incluiría el derecho a un selfi con el invitado. En el coste del evento entraría también la parva comisión que habría que darle al famoso de turno. Son muchas las celebridades que andan tronadas y que acudirían con gusto a una ocasión como esta de conversar con un público curioso.

Las iniciativas empresariales que digo no hacen mal a nadie, satisfacen muchas demandas de trabajo y no requieren un pesado equipo capital. Condición inexcusable de este nuevo club de los negocios raros es que no deberían recibir ninguna subvención pública. Acaso sea esa la iniciativa más plausible y de más difícil logro.

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