Quiero decir, de nuestros hombres públicos y de nuestras mujeres públicas. No sería mucha exigencia que unos y otras se expresaran en correcto castellano o español, que es la lengua común en la que nos entendemos todos los españoles (y españolas, claro). Ya sé que es tabú aludir a "los españoles"; en su lugar se prefiere el circunloquio del "conjunto de los ciudadanos y ciudadanas de este país".
Comprendo que nuestros gobernantes (y gobernantas) sean ahora muy leídos en inglés. La lengua del imperio lleva a algunas confusiones, lo que se llama ‘falsos amigos’. Por ejemplo, por influencia anglicana ciertos políticos más deslenguados tienden a decir "requerimientos" cuando quieren referirse a los requisitos. No es lo mismo. Los requisitos son condiciones objetivas y necesarias para un cierto resultado lógico. En cambio, los requerimientos (término jurídico) son imposiciones o peticiones para algún trámite. Lo malo es que en inglés se dice requirement para indicar lo que para nosotros es un requisito. De ahí la confusión. No sería grave si solo fuera esa, pero hay otras muchas.
Asombra estos días el afán del Gobierno y de sus terminales mediáticas por minimizar los efectos de la pandemia del virus chino en España. Suelen imaginar el perfil de una curva normal en términos estadísticos con un pico en lugar de una cúspide roma. No sé de dónde han sacado lo del pico de la curva. Yolanda Díaz, la gestera ministra de Trabajo, como es novata, se excede en la obsesión triunfalista que digo y habla de "la evolución negativa de la pandemia". Es un concepto realmente imposible, sobre todo porque en España llevamos decenas de miles de muertos por el cochino virus. Supongo que la ministra jacarandosa no empezará a decir que también se observa una evolución negativa del paro. Se nota que la chica quiere hacer méritos. Así, se distingue por emplear el femenino genérico como si tal cosa. Es lo de "todas" por "todos". No en vano su partido (o partida) se etiqueta como "Unidas Podemos", de poder, no de podar.
Nuestros hombres públicos gustan ahora de recurrir a la gastada metáfora de "la luz que se adivina al final del túnel". Mucho cuidado, que las metáforas se vengan. La luz que se vislumbra en la entrada opuesta del túnel puede ser la de la locomotora que viene en la otra dirección.
A Gabriel Rufián, encaramado en la tribuna del Congreso de los Diputados, he oído decir impávido: "Bajo mi punto de vista". Se oye tantas veces la expresión que casi ya no resulta malsonante. Y lo es, porque lo correcto sería "desde mi punto de vista". Claro, que al señor Rufián se le puede perdonar el desliz porque tiene que traducir del catalán. Bastante mérito tiene el hombre.
También es muy corriente que los que mandan, enfáticos ellos (y ellas), digan "pero sin embargo". Hombre, dos adversativas seguidas parece un derroche. Ya sabemos que los españoles son muy amigos de las florituras del lenguaje.
Últimamente, se desliza un sonsonete muy común en los discursos de los políticos y en los comentarios de los periodistas: "Más allá de". No está mal empleado, siempre que, como es el caso, no se reitere hasta la saciedad.
Aconsejo a los políticos y políticas de todas las camadas que no lean sus discursos en el Congreso o en otras tribunas. Deben llevarlos escritos, pero no leerlos. Un discurso leído es una pieza que no se escucha, aunque se oiga. Peor es todavía cuando el orador lo lee en una pantalla que no es vista por el espectador de la tele, que asiste disciplinado al espectáculo desde su casa. La verdad, tiene mucho mérito lo de ser simple ciudadano o ciudadana, o sea, contribuyente.