Es tal la magnitud de la creencia en el objetivo de la igualdad de las personas que resulta difícil reparar en lo que podríamos llamar desigualdad natural o radical. Con la tontería retórica de "hombres y mujeres" o "ciudadanos y ciudadanas" nos olvidamos del hecho fundamental de que varones y mujeres se distinguen por su sexo. Y no se diga que todo el mundo puede cambiar de sexo. Ahora han inventado que quienes dudamos de la bondad de tal operación, entendida casi como una moda, somos "transfóbicos", un horrendo palabro que atenta contra las leyes etimológicas. Pasa lo mismo con el estúpido neologismo de homofóbico, que realmente significaría "odio a los iguales" y no "odio a los homosexuales". Menos mal que todo el mundo acepta con naturalidad el hecho de que haya competiciones deportivas distintas para varones y mujeres. La desigualdad natural se da también entre las razas, aunque sea esta palabra vitanda. Ahora se aconseja decir "etnias". Pero es evidente que los negros (aunque no sean subsaharianos) corren mucho mejor y nadan mucho peor que los blancos.
En todas las sociedades hay una fracción de individuos que no pueden desplegar las capacidades físicas o mentales que distinguen a los demás, a la gran mayoría. En la sociedad tradicional eran los cojos, mancos, tullidos, impedidos, incapaces, etc. Llegó un momento en que se quiso hacer creer que tal distinción constituía una infamia. Es más, se intentó hacer ver que los desiguales eran iguales. Dicho de otro modo, que la minoría incapacitada no difería gran cosa de la población estadísticamente normal. Para borrar el estigma se dio en calificarlos con nombres que parecían más comprensivos, pero que acababan siendo igualmente vejatorios. Así se pasó sucesivamente de aceptar estas etiquetas: inválidos, retrasados, anormales, subnormales, minusválidos y por fin discapacitados. Pues bien, ahora el progresismo buenista que nos inunda en todos los partidos ha dictaminado que lo de discapacitados también atenta contra el principio de igualdad. En consecuencia, la discapacidad se trueca en diversidad funcional. Dos palabras mejor que una. ¿Por qué no diversidad funcional sobrevenida o DFS? Un acrónimo de tres letras siempre da mucho prestigio.
No se trata solo de etiquetas, de eufemismos, para hacer menos hiriente el lenguaje. La verdadera cuestión de la demagogia léxica es que las palabras deben ocultar la realidad desagradable. El uxoricidio (matar al cónyuge o equivalente) representa una acción vituperable, pero parece más elegante decir "violencia de género". No queda muy claro el caso de un homosexual que matara a su consorte: ¿sería también violencia de género?
Lo peor es cuando un mandamás taumatúrgico sostiene que "se va a erradicar la lacra de la violencia de género". Todavía quedaría más lindo si añadiera "de una vez por todas". Es como creer que alguna vez van a desaparecer los ladrones o los timadores. En la práctica la decisión de acabar con la violencia de género significa que se va a canalizar una riada de dineros públicos hacia los grupos feministas. Del mismo talante utópico es el discurso político en el que se mantiene el objetivo de pobreza cero. En este caso se recobra el mito de la igualdad, que es el que sostiene ardorosamente la izquierda. Lo de tolerancia cero contra todo lo problemático es también algo que queda muy bien. Realmente no se sabe muy bien qué significa.
¿Por qué recurren tanto los políticos a las palabras o frases eufemísticas? Muy sencillo, aunque pueda parecer increíble. Porque así consideran que van a ganar más votos. Ternura me dan.