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Amando de Miguel

El horror de las lacras hodiernas

El hecho de que unos problemas colectivos tan acuciantes sean irresolubles se explica por el empeño que pone la gente corriente en que se ocupe de ellos el Estado.

Eso de lacra es palabra de moda, que nadie sabe de dónde viene. Suena a pústula o ulceración, a algo pestilente o hediondo. Aplicada a la convivencia humana, cumple la función tranquilizadora de muchos crímenes. Es decir, sirve para integrar y tranquilizar al conjunto del vecindario, al menos a su parte biempensante. La razón es que se percibe la lacra como algo ajeno, lejano.

En su día las lacras fueron los llamados "problemas sociales"; por ejemplo, el hambre de las clases menesterosas, le mendicidad, la prostitución, ciertas enfermedades consideradas como vergonzosas. Todo ello pedía reformas y altruismo. Las lacras actuales son igualmente endémicas, se presentan con vocación de perennidad. Anoto algunas: paro, terrorismo, violencia de género (se entiende, masculino contra las mujeres cercanas por parentesco o relación sentimental), drogadicción, corrupción política. El factor común es que todas esas lacras exigen ser erradicadas. Pero resulta imposible hacerlo. Curiosamente, en la lista no se incluye la okupación de viviendas ajenas, por mucho que tal dedicación pueda entenderse como una especie de terrorismo de baja intensidad.

El hecho de que unos problemas colectivos tan acuciantes sean irresolubles se explica por el empeño que pone la gente corriente en que se ocupe de ellos el Estado. En el fondo, los honrados contribuyentes quedan satisfechos porque la persistencia de tales lacras promueve una especie de bienestar compensatorio cuando a uno no le tocan de cerca.

La razón última por la que se avanza poco en la resolución de las dichas lacras reside en su mal planteamiento. El paro se ha enquistado como endémico precisamente porque se arbitran subsidios públicos para el desempleo. Muchos parados de larga duración no encuentran trabajo porque no está dispuestos a ejercer tareas subalternas. Para las cuales viene muy bien que haya inmigrantes extranjeros en gran cantidad.

El terrorismo islamista no se podrá vencer en España porque los políticos han descubierto que les viene muy bien para sus propósitos de llegar al poder o de mantenerse en él. Cualquier medida eficaz contra el terrorismo se va a interpretar por la opinión pública como islamofobia. Es una tacha tan indeseable como la xenofobia o el machismo.

La llamada "violencia de género" no se podrá atajar del todo mientras no se reconozcan estos dos hechos básicos. Primero, las tasas de violencia de género en España son bastante más bajas que las de otros países europeos. Segundo, en los casos de extrema violencia (uxoricidio), bien la víctima o el asesino suelen ser extranjeros en gran medida. Por último, este problema no puede minorarse mucho mientras su solución se ponga en manos de las plataformas feministas. Las cuales necesitan mucho dinero público para medrar.

La drogadicción no se puede erradicar porque depende de las conductas de los individuos que se ven estimulados a consumir drogas porque el placer inmediato les resulta primordial. Los poderes públicos alardean de los éxitos en desarticular las bandas de narcotraficantes, pero siempre surgen nuevas organizaciones cada vez más poderosas. Es un hecho que la demanda de drogas estupefacientes va en aumento. Los consumidores disponen de dinero con facilidad, y, si no, lo roban.

La corrupción política podría mitigarse con un mejor comportamiento ético de los partidos, pero no es suficiente, ni tampoco muy probable. Los partidos utilizan los casos de corrupción de sus adversarios para encaramarse al poder o mantenerse en él. Los casos propios casi nunca se airean. La desgracia mayor reside en el hecho de que en España no son muy apreciados los jueces verdaderamente independientes.

Supuesto todo lo anterior, se podrá concluir que las lacras seguirán siendo tales y harán sufrir a mucha gente. También es curioso que la percepción del sufrimiento colectivo no cuente mucho en la vida pública española. En verdad somos un país despiadado. Nuestro rasgo cultural más sobresaliente ni siquiera tiene nombre; podríamos denominarlo analgia: insensibilidad para el dolor ajeno.

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