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El chirrión de los políticos

Azorín entiende que el lenguaje corporal de la jerga política resulta especialmente válido cuando el político se apresta a "conferir", es decir, a repartir cargos y prebendas.

Miguel de los Santos Uribe, a propósito de la jerga del politiqués, me envía una verdadera joya literaria: el opúsculo El chirrión de los políticos de Azorín (1923). Agradezco vivamente un regalo tan fino. Es una obrita difícil de encontrar y que nos ilumina sobre los antecedentes de la jerga de los políticos actuales. Lo de "chirrión" puede ser tanto el carro con las ruedas rechinantes como el látigo del mayoral. La fantasía de Azorín es una descripción, entre cómica y lírica, del ambiente de los políticos de la Restauración. Se explica muy bien la fórmula del "turnismo" por la que se suceden pacíficamente en el poder los políticos de uno u otro partido. El coste es el nepotismo, el pasteleo y la corrupción, lo que hace un siglo se llamó dramáticamente "oligarquía y caciquismo". Don Miguel me subraya la divertida palabra que pronuncia un afectado curita y que apenas puede repetir el político ridiculizado: "infundibuliforme". No es otra cosa que "en forma de embudo". Por cierto, se trata de un adjetivo muy propio para calificar el estilo de nuestro sistema legal, el de entonces y el de ahora, aunque sea por distintos motivos. El embudo fue siempre el símbolo de la desigualdad.

Véase como ejemplo este consejo que da el político ridiculizado por Azorín: "El político ha de tener siempre la precaución de no remachar la promesa, de no prometer nada definido y completo. La vaguedad se impone siempre en la promesa. Y para que la vaguedad pase sin ser desagradable en el ánimo del amigo (que la recibe),  se deben envolver siempre las palabras vagas en sonrisas, palmadas afectuosas, abrazos estrechos y cariñosos. Además, pronúnciense rápida y atropelladamente las dichas palabras vagas. Y no es preciso cerrar y terminar la oración. Se termina con un abrazo". Es una buena muestra de lo que podríamos llamar lenguaje corporal de la jerga política. Azorín entiende que ese lenguaje resulta especialmente válido cuando el político se apresta a "conferir", es decir, a repartir cargos y prebendas. Es una lástima que ese verbo ya no se utilice en nuestras costumbres políticas. Realmente es la esencia del poder. La mejor forma de tener poder es conferir poder a otros. Esa es la clave de por qué la burocracia pública crece indefinidamente.

Lo interesante de la obrita de Azorín es que puede leerse hoy como si se refiriera a la actualidad. Precisamente, Agustín Fuentes critica la frase del ministro De Guindos, quien nos envía a los españoles "un mensaje de tranquilidad" al tiempo de comunicar el famoso rescate de los cien mil millones de euros. Razona don Agustín que ese mensaje nunca se concreta, no se sabe en qué consiste. El valenciano lo compara con un acto de fe, algo religioso en esta época secularizada. No puede haber tranquilidad o confianza cuando las noticias económicas son todas amenazantes. Así pues, el ritual de "enviar un mensaje" resulta vano.

Aparte de su belleza literaria, la sátira referida de Azorín es útil como documento. Sirve para entender el papel que tuvieron los intelectuales de la generación del 98 (el término lo acuñó el alicantino) en la debelación del régimen parlamentario. Precisamente, en el momento en que se escribe (1923) fenecía la fórmula de la Restauración. La cual fue también un lenguaje de los políticos sumamente retorcido, anticuado e hipócrita. Tenía que chocar contra el nuevo estilo límpido y vanguardista de los intelectuales del 98 y sucesores. La diferencia con la situación actual es que carecemos de una clase intelectual que critique con gracia a los políticos. Es más, lo que llamamos lenguaje "politiqués" contagia también a los intelectuales.

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