El juicio del Tribunal Supremo contra el "procés" independentista catalán está siendo todo un espectáculo, con esos sillones de estilo imperio y la profusión de togas de tafetán y puñetas de encaje. Se agradece la publicidad a través de la televisión, aunque no quedó claro por qué se eximió a un par de testigos de aparecer en la pantalla. ¿Es que acaso se teme la venganza de la mafia catalanista?
Acostumbrados a los aparatosos juicios de las películas norteamericanas, los espectadores de este juicio de nuestro Tribunal Supremo nos hemos sentido un tanto frustrados. No ha sido posible contemplar la facundia y el atractivo de Henry Fonda, Spencer Tracy o Gregory Peck. ¿Para qué nos vamos a engañar? Las sesiones de este juicio doméstico nos han parecido la verdadera oceanografía del tedio. Y eso que los cargos son de cuidado: rebelión, sedición, desobediencia a los tribunales, malversación de fondos público. Sin embargo, creo que no se ha entablado el verdadero proceso del "procés", ni es previsible que nadie lo suscite. Pero la pantalla lo resiste todo, así que por discurrir que no quede.
Para empezar, reconozcamos que estos secesionistas catalanes (vulgo los "indepes") se muestran bastante raritos. Podrán ser acusados de los más atroces delitos, lo que en otros países se llama "alta traición". Pero resulta que aquí representan el exponente de una taifa muy influyente en la vida pública española, no solo en la de Cataluña. De ahí que, por mucho que los reos vayan a ser condenados a severísimas penas, todo el mundo sabe que, si el PSOE sigue gobernado, van a ser indultados. Habrá protestas, pero los "indepes" serán exaltados en Cataluña como verdaderos héroes nacionales. No digamos, la figura insólita del forajido que escapó a los tribunales y se acogió a la protección de los belgas.
El auténtico proceso al secesionismo catalán no se va a poder entablar porque sus fechorías no se hallan tipificadas en el Código Penal y tampoco son asimilables a personas o situaciones concretas. Es esta "colla" catalanista la responsable de un inmenso deterioro de la nación española, incluida la parte de Cataluña. Se manifiesta, por ejemplo, en la fatídica política de la llamada tristemente "inmersión lingüística", promovida por Jordi Pujol hace 30 años. Consiste en el propósito de desplazar el idioma español de la vida pública de Cataluña, empezando por la enseñanza. Una consecuencia inmediata de tal política ha sido la salida de Cataluña de cientos de miles de profesionales muy cualificados. En su lugar, hemos visto medrar en Cataluña una clase profesional y política particularmente mediocre, nepotista y corrupta. Empieza por la familia de Pujol y sigue por sus edecanes, todos de la "ceba" (el cogollo étnico).
De forma más amplia, se registra un lento pero decidido proceso de declive económico, miseria cultural y desmoralización social de Cataluña, antaño tan pujante en todos los órdenes.
Lo peor para la vida pública catalana ha sido el predominio de una mentalidad de lo que con un término italiano llamaríamos "campanillismo. Esto es, la visión alicorta de los problemas colectivos, la que no va más allá del campo de observación que marca la altura del campanario de la aldea. Con una expresión del tradicional espíritu comercial de los catalanes se podría decir también "cortoplacismo". En definitiva, es una visión estrecha del espacio y del tiempo. Cataluña, adiós.